sábado, 3 de diciembre de 2022

Juan José Rodinás (Ecuador, 1979)

 

6 de octubre de 2022

(¿A qué se parecen los objetos que quieren hablarnos español?)
(¿A qué se parecen los objetos que No quieren hablarnos español?)
 
Apuesto que los muchachos que cruzan estos pasillos mientras charlan,
no quieren ser un inmueble vacío (y menos un frasco de pimienta).
Los limpian sí, pero no quieren
ser ni un plato de cerámica ni unas gafas de sol.
Quieren vivir (o algo semejante). Y se entiende.
Quizás preferirían convertirse en el tipo de traje
que pone gasolina a su Toyota Corolla. A mí, en cambio,
me gusta pensar —con frecuencia— que soy una red de tuberías
o una carretilla junto a dos sacos de cemento.
(Eso me distrae —un poco—
del esfuerzo diario por ganar dinero o resolver problemas de la casa).
 
Hoy, por ejemplo, me gustaría ser:
 
a) una impresora descompuesta
b) una tonada de florecitas malva,
c) un viejo casete de VHS
donde mi abuela bailaba,
d) un plato de papel
con arroz y carne al jugo,
e) mi puño izquierdo
arrojándose contra mi rostro
(sonriendo,
al esquivar el golpe).
 
O, por ejemplo, me gustaría ser una botella plástica.
O el hombre que acciona la máquina de dulces.
O la máquina de dulces.
O la moneda de un dólar que coloco en la máquina.
 
O, por ejemplo, cada vez que me aproximo la máquina de dulces
en los pasillos de la universidad
siento que soy la bolsa de galletas que cae, vencida por la gravedad,
sobre la cubeta metálica que está a la altura de la rodilla.
 
¿O soy el inmueble repleto de estudiantes donde esto sucede?
¿O mi mente es una colmena donde un montón de chicos
hablan de ingeniería, amor y canciones de trap?
 
Todo el universo está herido, como las galletas adentro de la bolsa,
donde varias tienen roturas en sus bordes de azúcar y de miga.
Sin embargo, algunos dulces rojos —en su insignificancia
de dulces de manzana— permanecen enteros, en su empaque,
orgullosos (si pudieran pensarlo),
en las cabinas superiores, perfectamente íntegros.
 
Hoy, por ejemplo, me gustaría ser esa bolsa de dulces en lo alto.
Y no sentir siquiera una caída imaginaria
o fingir otro dolor supremo que esté fuera de mí.
Hoy, por ejemplo, me gustaría ser una botella plástica. 
 
Y que mi etiqueta sea mi nombre en una lengua intraducible.
Y que me arrojen en la cuneta de la carretera.
Y que mucha nieve caiga sobre mí.
Y que alguien me preste atención
por un instante
y siga su camino.

 

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