domingo, 17 de noviembre de 2024

Sebastián Jaka (Buenos Aires)

 

LOS MUCHACHOS Y LOS VIEJOS.

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¿Qué hacen ahí los muchachos entonces, destapando cervezas en la esquina que la zapatería hace con el bar de los viejos? La zapatería parece estar ahí desde siempre, con los mismos zapatos de mujer remendados a la venta y, por decantación, los muchachos, así que no hay mucho más que hacer en el barrio para ellos, los muchachos y los viejos, salvo estar ahí, destapando cervezas o tomando vino. Es posible, sí, que haya gente haciendo cosas, las cosas que hace la gente, pero en los ojos de los muchachos y en las mentes de los muchachos son solo eso, gente, y caben en esa sola palabra. De vez en cuando pasa un coche fúnebre y el cortejo de coches llorones y entonces los muchachos piensan en la muerte, de hecho, piensan todo el tiempo en la muerte, pase coche fúnebre o no, tanto, casi, como en el agujero negro y sin fondo de las flaquitas; se podría decir, como un pensamiento que sopla en el aire y pasa, que la muerte y el agujero de las flaquitas es (son) lo mismo. “Las flaquitas son la muerte”, no piensan ahora los muchachos, y en ese no pensar gravita su universo, como la pupila en el ojo o la yema en el huevo. Ahora los viejos gritan algo en el bar, haciendo que vuelvan a revolotear las moscas en torno a los vasos llenos de vino, puede ser una pelea o un chiste, o quizá un comentario sobre fútbol, no importa, lo que importa es que los viejos existen porque los muchachos los oyen gritar, y viceversa, los muchachos existen porque los viejos gritan, y piensan, los muchachos: “estos viejos somos nosotros mañana”, y ahí nomás, para olvidar, vuelven a pensar en las flaquitas, en la palabra “gente”, y no en ese universo negro y sin fondo que de a poco los traga.

 

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