El conejito nos da una lección de eternidad
Somos un pueblo triste, sin sombreros. La historia de nuestra nación es trágicamente benigna. Nos gusta mirar cómo cogen los conejos en el cementerio. Le tenemos cariño al conejito de la oreja doblada que está ahí parado solo, a la luz de la luna, leyendo el poco texto de las lápidas. Parece muy deseable en esa situación. Parece el centro del universo. Miren cómo mueve la boca articulando las palabras, mientras los otros están ocupados haciendo más como él. Pronto la mayoría le va a pedir que les escriba cartas de amor, y él va a cumplir, en el idioma de nuestros antepasados, esas pobres nubes en el suelo, tan caras a nosotros, que hace horas que estamos acá parados, un pueblo orgulloso, después de todo.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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