miércoles, 15 de abril de 2020
Paige Lewis (EEUU, 1991)
De donde soy, cada casa es una casa con vista obstruida
al océano. Oh, somos aburridos y supersticiosos
en mi ciudad. Creemos que las olas son causadas por millones de ostras
boqueando al unísono. Nuestros cuartos son blancos como cáscara de huevo,
y a nuestras cáscaras de huevo las pinchamos con cucharas de plata para dejar
salir a los demonios. Sí, nos enamoramos, pero nuestro amor
es no tanto de oro como ligero de Midas —duro y de poco valor—
todo lo que toca se vuelve verde. Nuestro embeleso se
agota con rapidez y apreciamos a los descorazonados, a quienes se les paga
por estar de pie desnudos en los escaparates de los centros comerciales, comiendo
granola casera y dibujando caricaturas de cualquiera
que quiera pararse a echar un vistazo. Ayer, miré boquiabierta a uno
que vestía un gorro amarillo tejido de punto en su pene. Me impresionó
qué tan plenamente consciente me hizo de mi frente,
que ocupó más de la mitad del retrato. Le di una propina
generosa con una mano y me di golpes a mí misma
con la otra. Cuando niña, era igual de impaciente y siempre
justamente castigada. Cuando rasgaba los capullos abiertos en mi
jardín, perdía mi jardín. Cuando lanzaba piedras a las ramas de los árboles
para soltar las frutas, la gravedad no perdonaba. Todavía extraño las
flores, pero estos nuevos golpes hacen un magnífico trabajo ocultando mis
cicatrices. De donde vengo, somos prácticos y estamos listos
para cultivar nuestros errores. Susurramos nuestros secretos más cargados a sobres
de semillas y los lanzamos hacia el planeta más cercano
donde echarán raíces en pulcras filas —flor, fruta, flor, fruta—.
Así es como construimos nuestro nuevo hogar. Así es como
nos hacemos ligeros lo suficiente para el vuelo espacial. No hemos
puesto una fecha exacta y no estoy segura de cuánto durará
el viaje, pero al llegar podré decir cuál huerto es el mío.
Versión Matheus Calderón
(Fuente: Jampster)
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