lunes, 20 de abril de 2020

Paul Celan (Rumania, 1920 - París, 1970)






Químico

 

Silencio, cocido como oro, en
manos
carbonizadas.
Grande, gris,
cercana como todo lo perdido,
figura de hermana:
Todos los nombres, todos los nombres
quemados
con ella. Tanta
ceniza que bendecir. Tanta
tierra ganada
sobre
los ligeros, tan ligeros
anillos
de almas.
Grande, gris, sin
escorias.
Tú, entonces,
tú con el pálido brote,
cascado por mordisco.
Tú en el torrente de vino.
(¿No es verdad, también a nosotros
nos despidió este reloj?
Bien,
bien como aquí murió, al pasar, tu palabra.)
Silencio, cocido como oro, en
manos carbonizadas,
carbonizadas.
Dedos, delgados como humo. Como coronas, coronas de aire,
alrededor de — —
Grande. Gris. Sin
rastro.
De
rey.
Rádix, mátrix
Como se le habla a la piedra, como
tú,
venida a mí desde el abismo, hermanada
desde una patria,
lanzada hasta aquí, tú,
tú que de lo antaño,
tú en la nada de una noche,
tú que en la ni-noche me sales al encuentro,
tú,
ni-tú —:
Entonces, cuando yo no estaba,
entonces, cuando tú medías a
zancadas el campo, sola:
¿Quién,
quién era, aquella
raza, asesinada, aquella raza
erigida negra en el cielo:
verga y testículo —?
(Raíz.
Raíz de Abraham. Raíz de Jessé. Raíz de
nadie — oh
nuestra.)
Sí,
como se le habla a la piedra, como
tú palpas con mis manos allá
y en la nada, así es
lo que es aquí:
también este
suelo fructífero se a abre,
este
precipicio
es una de las coronas que
crecen silvestres.
En el aire, allí queda tu raíz, allí,
en el aire.
Donde lo terrestre se aglutina, terroso,
aliento-y-légamo.
Grande
va el proscrito allá arriba, el
ardido: un pomeranio, su hogar
la canción del abejorro, que perduró materna, veraniega, diáfana
de sangre en el borde
de todas las abruptas
sílabas, las endurecidas de invierno,
frías sílabas.
Con él
andan los meridianos:
aspirados
por su
dolor gobernado por el sol, que hermana a los países bajo la
sentencia de mediodía de una
amante
distancia. Por doquier
es aquí y es hoy día, es, oriundo de desesperanzas,
el lustre,
en que los desunidos entran con sus
enceguecidas bocas:
el beso, nocturno,
graba el sentido a fuego en una lengua, a la que despiertan, ellos—:
repatriados en
el rayo de conjuro, inhabitable y ominoso,
que reúne a los dispersos, los
conducidos por el Alma, desierto de estrellas, los
hacedores de tiendas allá en el espacio
de sus miradas y navíos,
las gavillas ínfimas de esperanza,
cunde allí adentro rumor de alas arcangélicas, de fatalidad,
los hermanos, las hermanas: midióselos
muy leves, muy graves, muy leves,
con la balanza de los mundos en el
seno incestuoso, en
el fértil, los extraños de por vida,
coronados por esperma de estrellas, pesadamente
tendidos en los bancos abismales, enaltados
en dinteles turriformes, y diques, — los
seres-de-los-vados, sobre ellos viene
a trastabillones el pie deforme de
los dioses — ¿tan tarde para
el tiempo estelar
de quién?



Versiones de Pablo Oyarzún / (De "La rosa de nadie", 1963)
Gracias al Blog: «el placard»

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