CONFIDENCIA DEL ITABIRANO
Viví algunos años en Itabira.
Principalmente nací en Itabira.
Por eso soy triste, orgulloso: de hierro.
Noventa por ciento de hierro en las calles.
Ochenta por ciento de hierro en las almas.
Las ganas de amar que me impiden el trabajo
me vienen de Itabira, de sus noches blancas, sin mujeres y sin horizontes.
Y el hábito de sufrir que tanto me divierte,
es una dulce herencia itabirana.
De Itabira traje diversas prendas que ahora te ofrezco:
esta piedra de hierro, futuro acero del Brasil;
este San Benedicto del viejo santero Alfredo Duval;
este cuero de anta, extendido en el sofá de la sala de visitas;
este orgullo, esta cabeza gacha...
Tuve oro, tuve ganado, tuve estancias.
Hoy soy empleado público.
Itabira es apenas una foto en la pared.
¡Pero cómo duele!
MANOS JUNTAS
No seré el poeta de un mundo caduco.
Tampoco cantaré al mundo futuro.
Estoy aferrado a la vida y miro a mis compañeros.
Se los ve taciturnos pero nutren grandes esperanzas.
Junto a ellos considero la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos apartemos.
No nos apartemos mucho, vayamos tomados de la mano.
No seré el cantor de una mujer, de una historia,
no diré los suspiros al anochecer, el paisaje observado desde la ventana,
no distribuiré estupefacientes o cartas de suicida,
no huiré a las islas ni seré raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes,
la vida presente.
Carlos Drummond de Andrade
En “Amar-amargo y otros poemas” (Calicanto, 1978). Traducción del portugués: Estela dos Santos.
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