Los enfermos en las ventanas
La enfermedad alcanza también a las pobres ciudades…
Unas van a declinar de un confuso y suave dolor;
apenas nacieron, pero sus campanas cobardes
son como los accesos de una pequeña tos…
Otras sufren, sin queja, de tener sin tregua sobre ellas
la sombra de un viejo campanario que las cerca.
Otras son simplemente ancianas en el ocaso,
las que son mayores, las de un tiempo pasado,
y cuyas aguas, entre su silencio estancado,
conservan tantos reflejos que las han adornado.
Las hay que antaño abandonó el mar
como un gran amor que se retira de pronto;
y, desde entonces, esas ciudades parecen estar
vivas sin vida, a algún navío pidiendo socorro.
En unas, es como un olor a carcomido;
en otras, es como si siempre hubiese llovido.
Las hay más impedidas que las ancianas,
cuyos muros tienen blanco de ropas anticuadas
y negros de vestidos de viudas solitarias.
Las de muros contrechos, frontones agrietados
tienen en ellas como arrugas de los años.
Las, jóvenes aún, cuyo crecimiento concluye,
las de terrenos desnudos donde no se construye,
el mal secreto de volverse púberes soportan.
Es su sangre que palpita al pulso de las farolas,
y en la torre que engaña a la esperanza del compás,
en la iglesia que permanece vana y sin terminar,
es su propia existencia también la que va a cesar.
Tal ciudad doliente está siempre en novena,
lugar de peregrinaje donde uno signa la frente.
Una declina y muere de una lenta anemia;
otra está pálida para siempre por alguna peste.
Otra es como una paralítica, sin la destreza
ni la dicha de los caminantes en ella.
Unas, su enfermedad es ser presa de las alcotanas,
amputándolas de sus viejos frontones, mutilados
sus ladrillos cuyo rojo está todo ensangrentado.
Otras, su enfermedad es ser presa de las campanas,
y en su calma y su silencio monacal,
el cuadrante del campanario asemeja una tonsura.
Las hay que debilitó un chorro de agua vertical
y que sufren de él como de una dolorosa rozadura…
Versión de Mariano Rolando Andrade
Versión de Mariano Rolando Andrade
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