LA NIÑA DE LOS CAÑAVERALES
I
Una noche cualquiera siento pavor ante la
niña del cabello de algas. Solo estaba parada delante de mí,
ofreciéndome una estrella de mar, pero yo no quería cogerla porque sabía
que no podría soportar la humedad de sus dedos verdosos. Entonces ella
sonreía y se comía lentamente la estrella, sin dejar de mirarme entre
los mechones de cabello mojado.
Yo no podía gritar, la estrella de mar era también la caja de mi voz.
Yo no podía gritar, la estrella de mar era también la caja de mi voz.
II
Cuántas orquídeas salvajes decapitadas
para ti de parte de esa dulce harapienta, la niña cascabel, la
escolopendra de oro. Ella ha deseado tanto, ha preparado durante noches
enteras esta ofrenda para ti: alas de mariposa malva, caramelos hechos
con savia del árbol enfermo, escamas relucientes del pez de jade. Y todo
esto sólo porque no sabe hablar, porque le tiembla la boca, porque no
sabe decirte aprieta tus labios contra los míos, regálame tus dientes,
ábreme la herida.
III
Coloco una mano en su frente y siento
cómo entre sueños se abre la flor muy blanca de la fiebre, se
transparenta en grandes pétalos húmedos tras su piel ardiendo. Demasiado
tiempo en la jaula de mareas, pienso, y ordeno su colección de semillas
letales, le mojo las muñecas con agua lustral. La miro. Entonces un
gemido ronco se entrecorta, el pulso de la niña burbujea una vez y sus
párpados se cierran como la noche cae.
Cuándo supe que la flor blanca me estaba dejando ciega, que los gemidos sordos sonaban en mi voz, que ella era también yo.
DESEMBOCADURA
y ella, la dentrodemí, me dijo:
escribe, porque has descendido hasta el
sur como una lengua de agua, y cargas exhausta toneladas de sedimentos,
arenas, débiles flores pudriéndose, ramas quebradas, nidos caídos de los
árboles
escribe, desata las voces que guardas y
extrae las palabras que se esconden en los relucientes insectos, en las
crisálidas ocultas, en sus leves aleteos
pez austral
tiéndete al sol y permanece así uniéndote a la sal del mar, olvida la indecisión de las orillas, y que hierva en ti la luz de agosto, con todos sus murmullos, sus hierbas y cristales, como un fango pálido y fértil donde burbujean las palabras
tiéndete al sol y permanece así uniéndote a la sal del mar, olvida la indecisión de las orillas, y que hierva en ti la luz de agosto, con todos sus murmullos, sus hierbas y cristales, como un fango pálido y fértil donde burbujean las palabras
muñeca de líquenes
déjate yacer en el temblor propicio al canto pero rehúye el sacrificio al dios solar, el enorme pájaro ciego con plumas de bronce y ojos de zafiro, el devorador de alientos
saquea los días y los cuerpos extraviados, entrega al dios sus cálidas entrañas para conservar las tuyas, no temas vender tus cabellos a los hombres, la resistencia de tus huesos, embáucalos en el sándalo de tus jadeos pero presérvate aislada, esconde el cofre de tu sangre, tu oscura joya en llamas
déjate yacer en el temblor propicio al canto pero rehúye el sacrificio al dios solar, el enorme pájaro ciego con plumas de bronce y ojos de zafiro, el devorador de alientos
saquea los días y los cuerpos extraviados, entrega al dios sus cálidas entrañas para conservar las tuyas, no temas vender tus cabellos a los hombres, la resistencia de tus huesos, embáucalos en el sándalo de tus jadeos pero presérvate aislada, esconde el cofre de tu sangre, tu oscura joya en llamas
libélula mojada
desentierra el corazón vigilante del amado, sacúdelo como si fuera tuyo y apriétalo entre las manos, para que sus pulsaciones no se transparenten por tus venas ni su linfa resplandezca en la calma de la noche
desentierra el corazón vigilante del amado, sacúdelo como si fuera tuyo y apriétalo entre las manos, para que sus pulsaciones no se transparenten por tus venas ni su linfa resplandezca en la calma de la noche
abeja de oro
escribe, trenza las palabras como nudos de flores y de juncos, para que nada entre, para recluirte en la frágil morada del lenguaje y que las palabras no sean sino aljibe o copa que te guarda, que esconde tu apenas cuerpo y tus músculos de miedo y tu
escribe, trenza las palabras como nudos de flores y de juncos, para que nada entre, para recluirte en la frágil morada del lenguaje y que las palabras no sean sino aljibe o copa que te guarda, que esconde tu apenas cuerpo y tus músculos de miedo y tu
desgarradura.
del libro La casa de la ciénaga (Ártese quien pueda, 2015)
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