Bailarina de Delfos
Me alejo de mi
corazón
y de pronto la
alegría me deja sorda.
Corro ciega,
hechizada por el cuerpo,
en un empuje de alma
y los mirlos de mis
ojos
arden con un olor de
ébano.
Así como si en
Siria o en el Líbano,
o en la roja Delfos,
el sol se estremeciera,
es el clamor de mi
sangre negra.
Quiero gritar, irme
volando,
retenerme en mi
espíritu,
amarme como nunca,
asesinarme.
Y me agita la música
sin mi mortal
corazón,
en medio de toda la
tristeza.
¡Con qué pasión
el movimiento
me contiene sin el
tiempo!
Mas la tristeza
es siempre la nota
más profunda,
aunque mi locura de
alegría
ruede en el desorden
de mi alma
y me aniquile
como una música.
Yo conozco otra
tarde en este cuerpo,
otra tristeza más
muerta.
La forma
Aun sin la profunda
oscuridad,
sin los sueños
soterrados,
tu gran pausa
escribía un dibujo destrozado
de arcángeles.
Tu sin forma
energía, por las lloviznas suaves
de la estación sin
rosas
se diluía,
adolescente.
Allí yo sé que
estabas, que vivías
prisionera de ti,
enamorada
de tu fuerza,
marchita, sin hacer todavía
del pensamiento.
¡Oh viva, oh Paz,
oh transparente!
La ciudad del sur
Catedral que oprime
bajo la Cruz del Sur
ciega y sin pasos
estoy en vanidad.
¿Quién detiene el
ingenio y en mi corazón
no me ha olvidado?
Mi alma tiene ya
bocas fatales,
y catedrales
turbias, de pánico y madera,
ruedan por mi
memoria, como borrando cactus.
No sabéis. Bajo la
Cruz del Sur monstruosamente crezco
y una ciudad no
muere en sus espacios
si el tiempo se ha
enredado en sus cabellos
como un perfume
lento.
No sabéis del niño
que jugaba
en los puentes de
Brujas, con un candil de plata,
o entraba al templo
de Atenea seguido de sus perros.
En zonas de cemento
estáis crucificados
como fruto perdido.
Yo no tengo ternura.
En zonas eléctricas
estáis crucificados
con el beso
espantado y la ventana oscura.
Pero detened mi
cintura, la sin lágrimas,
por el ágora triste
que mi locura crea.
yuardadme las manos
contra la primavera
y delante de mi
rostro ¡concebidme!
Crucificados somos
por el mismo delirio,
pero un olor a tango
carcomido es mi frente
sin pampa y sin
vaso.
De mí huyen los
días inevitablemente
y en mi corazón
ruedan amarillos pedazos;
por mí y para
siempre temblando enloquecen.
Crucificados somos,
pero me dejan siempre.
Debéis llamarme en
todos los espacios,
nombrarme abiertos
todos los sentidos.
No puedo más. De
aquí hasta la muerte
Hay hilos
telefónicos tendidos.
II
Cuadro de la muerte
En medio de la noche
estoy soñando
que yo me cuento un
sueño en el que he muerto;
me veo en tres
espacios y me vierto
en cuerpos
sucesivos, transitando.
Allá, mi cuerpo
azul, amarillando,
Tiembla en la luz
del sueño, como abierto.
Me da miedo de verme
y lo despierto
con este triste
cuerpo, sollozando.
Más allá, mi
terrible cuerpo muerto
parece un perro loco
delirando,
una siesta de pascua
y aguacero.
Llueve blanco y
estoy en un desierto.
Aún no está dios,
ni hasta quién sabe cuándo.
Soy un monstruo y me
silba un chalchalero.
Dos vidas para una sola muerte
Ya va a venir el
día, ponte el alma
César Vallejo
Tengo ángeles
negros en mi cuerpo
con bocas de la
mujer y brumas.
Tumultuosos
espíritus del crimen
locamente me oprimen
hasta que veo mi
espectro en las espumas.
Ya no puedo amar
sino el sombrío
callejón del sueño
que desmaya;
amar mi olor a
muerta junto a un río
revuelto de
tristeza,
cuando dios, mi
enemigo, mira y calla.
Un día mataré
desamparada
la sórdida rosa que
me calma.
Y he de quedar por
siempre en el desierto,
más triste que dios
muerto.
Es hora de vivir, me
pondré el alma.
Me pondré el dedal
y las pasiones,
la zamba del olvido
y del dejarte,
y los perros, los
gatos, los ratones.
Yo sola todavía
me pondré, como
era, la otra parte.
Paseando con mi
muerte a orillas de una acequia
No soy yo; es mi
niebla.
Árboles del olvido,
gestos humanos
como cadenas
y duendes enanos
que arrodillan su
figura en las arenas.
Mi niebla mira un
sapo,
blando y dueño,
tanguear la pampa.
No soy yo; si nunca
estuve
bajo un cielo de
estampa,
ni en una acequia
que gime como nube.
Yo la paseo nomás
con su música muda
—azules
agujeritos—
y el cuerpo que me
ha quitado
en los sauzalitos.
Quedando voy,
quedando, arrimada a su lado.
Apenas soy mi
niebla,
mi penumbra, mi
espectro.
Con la cara pintada
y mi alma de duende
lamo desolada
las manos de mi
muerte, que con horror me tiende.
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