Oda a Hölderlin
Amigo de mi juventud, a ti vuelvo agradecido
de atardecer en atardecer, cuando entre los saúcos
en el jardín que duerme no suena más
que la fuente susurrante.
Ya nadie te conoce, amigo; en estos nuevos tiempos
muchos se han alejado del silente encanto de Grecia,
sin plegarias ni dioses,
y sin alborozo el pueblo camina sobre el polvo.
Pero en una secreta bandada de fervientes ensimismados
a los que Dios llenó el alma de añoranza
todavía resuenan las canciones
de tu arpa divina.
Cansados del trabajo regresamos prestos
a la extasiante noche de tu canto,
cuyas ondeantes alas nos protegen
con un sueño dorado.
Nuestra eterna nostalgia,
que nos conduce a los templos de los griegos,
más nos encanta con el ardor encendido de tu canción,
más dolorosamente arde en pos de aquellos sagrados tiempos pasados.
Escrito en la arena
Que lo hermoso y lo encantador
sea tan sólo aliento y tormenta,
que lo delicioso, lo maravilloso
y lo propicio no duren:
que las nubes, flores, pompas de jabón,
que los fuegos artificiales y las risas de los niños,
la mirada de una mujer en el espejo
y tantas cosas tan maravillosas
desaparezcan, apenas descubiertas,
que duren no más que un instante:
¡ah, eso lo sabemos con tristeza!
Lo duradero e inmóvil
no nos parece tan valioso:
piedras preciosas de fuego gélido,
pesada barra de oro reluciente;
las mismísimas estrellas,
que permanecen alejadas y extrañas, no nos resultan
semejantes a nosotros, seres transitorios:
no llegan a lo más profundo del alma.
Es como si lo hermoso y lo amable tendiera a la destrucción,
cerca siempre de la muerte,
y que lo más valioso, las notas musicales
que desde el nacimiento
corren y se extinguen,
son nada más que ligero aliento, torrentes, huida.
Y dolorosamente derribados por un leve soplo,
no permanecen más que el tiempo
que dura un latido;
sonido tras sonido, casi apenas entonados,
manan y se esfuman.
Y así se entrega a lo fugaz
lealmente nuestro corazón,
a la vida, a lo que surge de continuo,
y no a lo que, rígido, dura.
Muy pronto lo que permanece nos fatiga,
joyas, rocas y el cielo estrellado,
a nosotros, errantes del eterno cambio,
almas y pompas de jabón,
al tiempo unidos, y fugaces,
a quienes el rocío de una hoja rosa,
a quienes el cortejo de unas aves,
la muerte de las nubes,
el brillo de la nieve, el arco iris,
la mariposa voladora;
nosotros, a quienes el roce sonido
de una risa fugaz
nos parece una fiesta
o nos causa dolor.
Amamos cuanto nos es semejante, y entendemos
lo que el viento escribe sobre la arena.
(Fuente: El vuelo de la lechuza)
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