La lágrima que hiende
como en un surco
no es por la nena que peina su muñeca
sobre las piedras de un jardín
que daba al sol de Gaza
un número ilegible para Dios
en el recuento de pérdidas y daños.
No es por el chico negro
que bebe del orín de un buey
en un lugar del mundo impronunciable
ni por el viejo apaleado como un perro
un miércoles cualquiera
en la ciudad donde él atiende.
Es por vos y es por mí
que le carcome piel
y carne
y hueso a Dios
esa lágrima sola.
No me mires así, Señor
que soy neutral.
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