EN LA CASA LUCÍFUGA
Con Lezama Lima
Con aquel sueño lúcido,
aquella noche ardiente de la revelación
entré en la duermevela azul de las visiones.
Me visitó el maestro Licario, el oficiante
de los ritos herméticos y las epifanías,
del sereno reposo y las respiraciones
pausadas y sutiles de un tiempo dilatado:
Súmula nunca infusa de excepciones morfológicas.
Supe su muerte y luego,
como un segundo Orfeo,
como Odiseo en el Hades,
como Dante en sus círculos,
bajé las escaleras lluviosas del infierno,
descendí hasta el submundo helado de los muertos.
Allí, desde la quieta razón del hesicasmo,
se levantó la lenta claridad del misterio,
y, alta y respiratoria, clara y en equilibrio,
una luz ritual subió desde la escala,
desde Oppiano y las sombras -¡oh, noche subterránea!-
por las ondas sonoras del día invertebrado.
Y desde allí, mi ascenso con él al Paradiso:
-Ritmo hesicástico, podemos empezar.
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