ESPERA
Queman las horas.
Rígidas como cirios de boda.
Velos de cera incandescente
deshacen sus contornos.
El tiempo es un río templado
que engendra recuerdos aún por nacer,
donde los sueños se petrifican
como estatuas inertes con miradas de fuego.
Queman las horas.
En el pedestal del deseo,
el alma se recrea en el cuerpo
BACANAL
Era otoño.
Te estaba esperando
ahí donde el tiempo
se vuelve materia.
Llegaste puntual,
como las palabras de un buen amigo.
Nos miramos y conversamos
sobre el camino de las palabras.
Mientras tanto
las hojas seguían su proceso
de descomposición.
A ti sin embargo
te embriagaba el olor a hojas secas.
Fue cuando
sentimos la muerte
disfrazada de pájaro, o de atardecer.
Nos preguntó:
«¿Qué habéis venido a hacer aquí,
ahora, cuando acaba el otoño?»
Me soltaste la mano
y le contestaste
que celebrábamos solitarios
el banquete de las horas inofensivas,
aduciendo ofrendas
—metáforas vaciadas de sangre,
murmullos oxidados
atrapados en su viaje
hacia otra existencia.
CAMINO INVERSO
Tú eras la a,
yo era la b,
él era la c,
ella era la d…
Todos éramos letras
y aún no sabíamos
ser palabras.
Lo aprendimos poco a poco,
a través de infinitas combinaciones.
Ahora, somos palabras,
somos frases y textos
y ansiamos ser letras
para volver a aprender
cómo el amor todo lo que toca
lo vuelve palabra,
cómo nuestros cuerpos,
conscientes de sí mismos,
se destejen bajo sus manos
cuando saben
que nada más vale volver.
AQUEL AMOR
Fuiste tú quien lo ahogó
tan solo con palabras,
como si taparas su rostro candente
con una almohada gélida.
A conciencia, deliberadamente,
vibrando bajo el aleteo
de su última exhalación.
Lo confiesas
aunque podrías callarlo,
y lo haces porque sabes
que murió una muerte genérica
como un bajo continuo
que ahora te armoniza la vida,
pero te preguntas si de verdad
muere el amor
cuando le muere el nombre
ahogado debajo de palabras
o simplemente florece
dentro de otro nombre
a la espera de que un día
vuelvas a ahogarlo.
A conciencia, deliberadamente,
sabiendo que el círculo
es infinito.
HOY
Arrodillada
bajo el manto diáfano
del silencio,
succiono metáforas.
En mi garganta,
el universo es savia
con sabor a flores secas.
La guardo en una pila bautismal
llena de letras líquidas
y hacemos el amor,
mientras pido perdón
por las palabras que mueren
en vísperas de revelar verdaderos significados,
por las frases que la mente maravillada
construye
y luego olvida,
por tantas vocales tristes
que no encuentran el grito adecuado.
Cierro los ojos
para seguir bebiendo a sorbos
las confesiones de este silencio orgásmico
que nace de la cópula
de estrellas fulgurantes y palabras atávicas.
Contemplo mi cuerpo menguante.
Olvido el dolor y la ira.
Olvido el rencor y la envidia.
Olvido la rabia y la vergüenza.
Olvido el mal.
Mis dedos sagrados
palpan rayos de luz.
Mis ojos tan sólo reconocen verdades.
Nuestro amor se salva
en la saliva de este beso cósmico,
voraz y expectante.
Canto.
Soy lo que queda
después de mecerse el sonido
sobre el manto diáfano
del silencio.
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Fuente: Vuela Palabra - Revista de Literatura y Arte
(Fuente: Oscar Vicente Conde)