lunes, 18 de noviembre de 2024

Melba Escobar (Cali, Colombia, 1976)

 

Las huérfanas

19

En el sueño, mamá tenía unos pechos gigantescos, coronados por pezones rosados. De sus puntas erguidas brotaba leche como agua de una fuente. La leche rodaba por su piel y caía sobre el suelo empantanado en un charco dulzón. Mamá se veía plácida. Tumbada en su propio pantano lácteo tenía los brazos estirados a los lados como si fueran cordilleras. De su cráneo salían robustas ramas, hojas, flores, semillas que se fundían en la tierra lechosa. Mamá permanecía inmóvil. A su alrededor, sus crías eran musas, cíclopes, gigantes, enanos, guerreros, brujas y centauros. Todas sus criaturas bebían de la misma charca viendo en ella y sus confines el mundo entero y finito, no a una madre, no a una persona, no a una mujer, no a otra persona.

 

 

39 (FRAGMENTO)

 

Las gacelas no solo caminan; las gacelas corren. Las gacelas no solo corren; las gacelas vuelan. La última vez en su apartamento de Fundama yo veía su mente galopar con esas piernas largas, esa musculatura seca de huesos finos y espina flexible. Gacela lleva los cuernos cortos, las pezuñas frágiles, apenas para correr a 90 kilómetros por hora. Solo puede ganarle un guepardo. Gacela tiene unos pulmones muy desarrollados. Nadie pensaría que ha fumado toda su vida. Gacela consiguió domesticar la enfermedad, se elevó sobre ella, luego murió, por encima del lupus que tuvo durante décadas y del cáncer que hizo nido en su columna y su médula ósea. Gacela no volvió a caminar. Gacela era bruja. Cuando al fin moría, estaba en paz con eso. Todo estaba en orden. Como si la vida entera hubiera sido una irremediable espera de la muerte que, al darle un ultimátum, la liberaba al fin de su eterna angustia.

 

Las huérfanas. Bogotá. Editorial Planeta Colombiana. 2024. Págs. 111, 195.

 

(Fuente: La Mecánica Celeste)

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