Poema escrito en 1991 cuando
se desintegraba la Unión Soviética
i. La razón por la cual estoy aprendiendo castellano leyendo a Neruda palabra por palabra, buscando la mayoría en el diccionario, y la razón por la cual estoy leyendo a Dickinson de a un poema por vez, y aún así sigo sin entender y sin que me guste demasiado, y la razón por la que sigo pensando qué podría llegar a ser una historia, y la razón por la cual estoy sentada acá escribiendo esto, es que estoy tratando de hacer algo. Me da vergüenza ponerle nombre. A mi papá no le gustaba usar palabras como “alma”. Se afeitaba con la navaja de Occam. ¿Por qué inventarse cosas si ya hay suficientes? Pero yo hago ficción. Invento. Nunca hay suficientes cosas. Así que supongo que puedo ponerle el nombre que quiera. En cualquier caso, no está hecho aún. Estoy tratando de una forma u otra a fuerza de palabras. ¿Entonces se hace con palabras, no? No. Me parece que en los mejores casos, se hace con acciones bondadosas y valientes, y es de gente que cuida las cosas de todo corazón, e incluye el mar a la hora del crepúsculo. Ésa es la versión más elevada de esta cosa que hago: bondad y valentía, crepúsculo y el mar. Es seda pura. La mía es solamente de rayón. Las palabras no se lavan. No aguanta que una se la ponga muchas veces. Pero de todos modos no voy a tener tiempo de ponérmela muchas veces. A mí edad, debería haberla hecho hace mucho, debería estar aplaudiendo y cantándole a cada jirón, como dijo Guille. Pero el “mortal vestido”, amigas, soy yo. Esto no es ninguna ropa. Soy yo vuelta girones. Soy yo mortal. Esto que estoy haciendo es el ropaje de mi alma. Ya quisiera que fuera una armadura inmortal, pero no tengo los medios. Tengo apenas retazos de rayón. Ya sé que voy a terminar desnuda. Y entonces, ¿para qué aprender castellano? Por la belleza de las palabras de los poetas, y si no sé castellano no los puedo leer. Porque tal vez lo que estoy haciendo sea una alabanza. Y cuando quede deshecha, me gustaría ser lo que sobró, un hilito de tela barata, un color en la tierra, un susurro en el viento. Una palabra, un aliento. ii. Así que ahora voy a darme vuelta y voy a desahogar una conciencia amargada a la que le alegraría alegrarse de la segunda Revolución en Rusia pero no puede, porque está vieja y sabia y mezquina y femenina y dice: Así que los hombres, después de pasar setenta años en el nombre de algo, de matar hombres, mujeres y niños, de torturar, de levantar campos de trabajos forzados, de mentir y enriquecerse, ahora decidieron que ese algo no era lo más indicado, y entonces van a hacer otra cosa de la misma manera. Setenta años para nada. Y el sueño que vino antes de la traición, la justicia que se vislumbró antes de los asesinatos, la verdad que brilló antes de las mentiras, todo eso va a parar a la basura. De todos modos, no importaba, porque lo único que importa es quién es el mandamás. Alguna vez canté libertad, libertad, dulce como un ruiseñor. Pero aprendí la Política de la Realidad. No hay libertad para nuestros hijos en el mundo de los mandamases. Sólo queda escuchar. El silencio que rodea a los mandamases. No dejar de escuchar. Así que voy a escuchar a las mujeres y a nuestros hijos y a los desamparados, mi pueblo. Y solamente voy a rendirle honores a mi pueblo, a los desamparados.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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