Dos poemas
Perro negro tallado en la nieve
Si al galgo negro le dijera que en estos días animados
es posible concebir la realidad con liebre albedrío
me diría que los juegos de palabras no son lo mío.
No es necesario engañar a nadie con el lenguaje,
esa especie de conciencia crítica en la memoria.
Las cosas tienen su maravilla y su complicación
y los sueños no se pueden torcer en el sueño.
Las palabras piden estar donde las cosas suceden:
quieren seguir en escena, despiertas y fantasiosas,
con sus ropas y sus historias para ponerse.
El poema se talla como a un perro negro en la nieve.
Arrancando zanahorias en la nieve
Vincent le escribe a Theo Van Gogh,
“en los viejos cuadros, los hombres no trabajan”.
Nadie, casi nadie, pintaba trabajadores,
los trabajadores no podían pagar sus retratos,
los trabajadores no colgaban cuadros
en sus “chozas con techos de caña”.
“En estos días ando detrás de una mujer,
a quien vi este invierno
arrancando zanahorias en la nieve”.
Iba detrás de figuras en movimiento
con la misma obsesión
que le escribía cartas a su hermano.
Así vi a las abuelas escarbar la tierra helada
en busca de las últimas papas enterradas.
Cuando veían la despensa y la fiambrera vacías
el alma se les iba del cuerpo, se quedaban
sin nada, sin alma y sin palabras,
y yo no sabía que ellas sabían
que en algún lugar había algo más.
Ahora es el momento en que mis abuelas
y la mujer observada por Vincent,
abrigadas con un pañuelo que les cubre
la cabeza, cruzan las miradas, sin hablarse,
antes de inclinar el cuerpo hacia la tierra dura.
Vincent solo piensa en lo que ve:
“la inexpresable forma armoniosa
del cuerpo humano; pero al mismo tiempo,
la acción de arrancar zanahorias en la nieve.
¿Me explico con claridad?”
En la tierra dada vuelta del poema
también busco zanahorias en la nieve
y las últimas papas enterradas.
[inéditos]
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Foto: Juan Carlos Moisés, Facebook
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)
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