EL ÁRBOL DE LA VIDA
Una cisterna me ha descubierto
la cara del futuro. No hay bemoles
ni demonios más allá del agotamiento; ni figuras
como una transpiración sobre el horizonte luminoso.
Miro el pantano, la cisterna
que me rodea. La mirada
que no vislumbro, la acacia que no huelo: ay hijos
míos, cómo pensaba no quejarme, cómo
odiaba todo lamento; pero queja
y batalla suenan en la misma campana,
especialmente cuando miramos
el tiempo de derecha a izquierda, de adentro
hacía atrás y vuelan
los aires ambiguos, las luces
cruzadas del pecado de Alejandría.
(Fuente: Daniel Rafalovich, vía Daniel Freidenberg)
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