Conmociones tardías
Introvertida urbana en el capitalismo terminal, a veces se olvidaba de que era parte de una comunidad, hasta que a esa comunidad le pasaba algo terrible. El amigo de amigos que vio una sola vez, muerto joven, de cáncer. Un terremoto bajo la tierra de su ciudad adoptiva, cuando ella no estaba para ver a sus vecinos hacer un recuento de los escombros y llorar con ellos. Fuegos inconcebibles en el verde inconcebible, todo visible, inconcebiblemente, desde el espacio. Siempre, el recordatorio de esta intimidad le llegaba como un escalofrío: como un diagnóstico, o música. Hacía parpadear los filamentos. Cuando se mudó sola por primera vez, iba al mercado y en su cabeza se prometía cosas: No me voy a creer mejor de lo que soy Voy a sentir dolor y miedo porque hay dolor y miedo que sentir Voy a comprarle manzanas a esta señora por el resto de mi vida, o al menos por el resto de la suya: porque muy rara vez puso el cuerpo en la calle entre miles de otros cuerpos, nunca chocó un camión contra el alambrado de un centro de detención, nunca pudo renunciar a las máquinas que de tanto en tanto la llevaban de vuelta a su familia, volando por el aire de verdad perecedero.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg Dib
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