Aquellos maravillosos años
Todos y todas teníamos los mismos padres,
las mismas madres,
sujetaba la puerta del hogar la placa del ministerio de la vivienda,
no habíamos nacido cuando estaba esa mierda,
somos hijos e hijas de otra mierda,
el olor a ducados,
la nevera del domingo,
la corona y el águila,
el calendario de transportes,
la televisión privada,
la síntesis,
la paga,
pupila dilatada,
formación profesional,
las becas
y
la era virtual.
Teníamos el mismo padre,
el del tajo partido,
el del sofá intocable,
radio
y
quiniela,
tómbola
y
faria.
Teníamos la misma madre,
la que nombraba el hogar,
la que zurcía,
talón,
rodillera/codera/escalera/espalda/portal
perfume
de
amoniaco
y
lejía,
media
de
nylon
y
sagrada familia.
Todos
y
todas
teníamos la misma
madre,
la del luto interminable,
la de la crianza,
la que separaba las hostias
y
remendaba el calcetín.
Todos
y
todas
teníamos el mismo padre,
el que traía el pan
y
los
dos huevos
a
la
mesa.
Andrés Izu. Ra (d)ial. La imprenta. 2024
(Fuente: Voces del extremo)
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