SERVIDUMBRE Y DESCANSO
La dueña dispone la materia doméstica,
cuenta el orden creciente de las frutas,
sobre la mesa riega los hongos azules de las tazas,
sus senos dorados de desprendimiento,
sus finos hemisferios untados de color
como la primavera,
los vidrios educados por los fuegos,
los monogramas del café y las cartas
pueriles de la leche,
la hojarasca metálica que agosta
el ánimo diverso en las legumbres,
los acuerdos comunes de la harina,
sol del aceite, lunas del vinagre,
gargantillas de azúcar al cuello de las frutas
y alfileres de sal
para el pecado capital de los aliños.
Después ella en su lecho entre sábanas queda
como un navío descubierto en la noche por la luz.
Permanece su lirio.
Suma los paraísos y se ve dividida
como una estrella rota.
En las almohadas deja lentamente sus ojos,
su frente, sus cabellos
y su aliento,
que en cada amanecer alza la sangre
como si levantara
una gran casa roja.
* * * * *
RUEGO A LA POESÍA
Un día te dije: ya no vengas.
Entre agujas y escobas voy y vengo en la sal del día
como cáscara alzada en el oleaje.
No podía recibir tu cabeza pensativa,
tu suave cabellera constelada,
tus pasos fraternales
y tus manos, tus manos
en las que el mundo parecía detenerse para las ofrendas.
Yo te sentí, sin embargo,
ir y venir conmigo sobre mis hombros
como un pájaro, pegada a mi espalda, inseparable
como mi propia sombra,
plegada en un rincón
mientras alzaba el alma de los floreros
con un ramo
y descubría palabras a los hijos.
En algún sitio hablaba tu sombrero de fragancia,
tus guantes para recordar los lirios
y tu nombre, para dormir con él
sobre mis sueños.
Mas, ahora estás triste. O estoy ciega.
Porque apenas te veo para esperarme
a la puerta del crepúsculo,
y el camino es tan largo
que ya no creo alcanzarte
para sentarme junto a ti y hablar contigo,
bajo la última estrella,
hablar de lo que es mío y es tuyo y nos importa
porque yo te conozco y me conoces,
oh, mi pequeña lámpara gemela, poesía,
ante quien solamente me arrodillo,
pecadora.
* * * * *
EN MI HABITACIÓN
EN MI HABITACIÓN
Aquí están mis zapatos, con la forma
de los pasos y el pie que los dispone.
Aquí están mis vestidos, mis blusas y mis faldas
y mi ropa interior,
liviana y sencilla como una campánula silvestre
ya marchita,
mis medias que olvidaron las orugas
y han conocido antes la maquina y el ruido,
y después el latido y la huella;
mi paraguas, lánguido capullo, calabaza
del color del durazno y la cayena,
oh, mi mejor amigo defendiéndome
del cielo y su arrebato.
Espejos, libros, memorias de los viajes,
la música viniendo desde lejos,
su posada mariposa libérrima,
un lecho donde el sueño sólo es más sueño,
una lámpara antigua de la abuela materna,
una diversa advocacion de vírgenes y santos
para la belleza y por los hijos, para la soledad,
esta máquina de escribir que llena de picotazos el silencio
como una gaviota furiosa y hambrienta
contra la huidiza verdad del mar,
este olor que de pronto se viene del jazmín
del jardín, desde la calle
a pelear contra el mío y mis perfumes
saliéndose de mí o del armario abierto.
Y retratos.
Y la vida haciendo ruido adentro y en torno
en cada día que pasa.
Luz Machado.
Transcripción de: José Luis Ochoa.
(Fuente: Luz Machado)
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