El Tarta probó suerte en Sagunto.
Acá no se podía respirar
y el poco aire era carne quemada,
ayes, ojos despavoridos
y otros que acezaban moribundos.
Anduvo boleado
como cosechador de uvas,
rascabuche de blues en plazas y zaguanes,
vendedor de aquellas estampitas bicolor
de san Pancho Franco que hicieron furor
en Tierra Santa,
y le hizo a todo ese engranaje
menudo y azotillo
que acudimos para zamparnos
un bocado.
Cruzó los Pirineos,
y del otro lado
fue profesor adjunto:
"Las Quince Verdades Marxistas Cardinales
Ensimismadas Para el Centro Sur
del Continente Americano",
tal lo borroneado en Tréveris
una tarde desapacible que nadie recuerda
y Karl tampoco,
con destino prolongado
a los suyos y simpatizantes.
En París echó panza y relojes,
se ajustó a una marroquí
y pusieron sobre la tierra
dos preciosas criaturas
llamadas Engels Cohn-Bendit
y Iósif Tsé Tung.
Los años pasaron,
en ángulo recto y socavón.
El mayor purga condena
en alguna cárcel peruana
por su malsano cariño
a los secuestros y tiros
de arriba pa'bajo.
El menor goza de lauros académicos
en razón de publicar
una biografía autorizada
del Guzmán senderista luminoso,
dulce ovejita jefa de Engels,
cuatro aburridos tomos forrados en piel humana
y lentejuelas militantes.
En cuanto a la esposa, nada sé,
excepto que ofrecía bijouterie étnica
en muelles genoveses,
parecía cobre rojo
recién sacado de la fundición.
Anteayer me anoticiaron,
un pajarito bolivariano
que sólo habla con el presidente,
que mi amigo murió de enfisema pulmonar
y mensura civil,
y eso que no fumaba rubios.
- Inédito -
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