La profesión vergonzosa
Durante años intenté ocultarle a la gente del pueblo que escribía poesía
para que no supieran que era un bicho raro
Yo no quería que los pibes que vienen a comprar en camioneta cajones de cerveza
supiesen que era un maricón
Me pareció prudente dejar de comprar Página y pedirle al diariero que mandara
el Diario Popular.
Una vez que quemaba todos los borradores de mis poemas, recién ahí sacaba la basura,
los chicos meten mano por ahí, los cartoneros son curiosos.
Tomaba todos los recaudos.
Pero en un pueblo chico no es fácil mantener secretos, todo el mundo conoce a todo
el mundo, y se cuentan los chismes cuando van a dar la vuelta al perro.
Las cosas comenzaron a precipitarse.
Apareció un muchacho con acento porteño y pelo largo y comenzó a preguntar por los
negocios donde era la casa del poeta
Despuués se rompió un caño y el plomero contó que había visto un montonazo de libros
apilados en el sótano, algunos en idiomas extranjeros
Al día siguiente vino el jefe de Bomberos Voluntarios, y se hizo el que miraba
la instalación eléctrica.
Yo me empecé a poner un poco paranoico; el patrullero, que supuestamente tiene que vigilar
los caminos rurales una vez por semana, pasó tres días seguidos por la entrada de mi casa.
Todo empezó a pudrirse cuando no sé bien cómo un periodista de un diario de la zona escuchó
los rumores y escribió una notita: Conocido poeta detenido por exceso de velocidad. Podría
revocársele el registro.
Mi vida cambió mucho desde entonces.
Nadie se me rió en la calle todavía (mido más de uno ochenta, peso ciento diez kilos y estoy
-para mi edad- en buen estado físico) pero me miran raro.
Ya no voy a comprar al almacén porque una nena que se metía el dedo en la nariz me señaló
y le dijo algo a la cajera; ahora compro todo en los pueblos vecinos o pido que me manden.
Mi vida es diferente ahora que ellos saben que escribo poesía.
Pero si piensan que van a lograr que me avergüence y deje de hacerlo, no saben cómo
se equivocan.
No estoy contraviniendo ley alguna.
Voy a seguir haciéndolo a menos que declaren que soy una amenaza para la sociedad, y que me
encierren en algún psiquiátrico.
Oí que en el loquero hay un ipo que dice ser Lugones. Seguro que él me entiende y quiere ser
mi amigo; podemos recitarnos el uno al otro poemas, si acaso nos prohiben tener papel y lápiz.
Versión de Ezequiel Zaidenwerg
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