sábado, 25 de febrero de 2023

Lorenzo García Vega (Cuba, 1926 - EEUU, 2012)

 

Oda

Mesiánica, vencedora de cristales, la noche regodea su sed de toques quedos. Aprestos de su nave surca la estrella alígera, en ondas de concierto vencidas de sueño. (Los pasos que insinúa la orquesta, no es clarín, son ritmos de mudanza el velo de tu cara desteñida) y en círculos presiento el rito de mis pasos –corredor de peldaño- arañando la nuca de la noche invadida. Hablemos de jinetes de entrecortados pasos, su lento galopar insinúa el tacto de la perdida esfinge portuaria. Su lento devaneo… -frío- recorre las callejas y la voz del amigo –punto- sigue su onda y onda en labios extinguidos. La Oda es brisa, copo, premura del ser en sus vacíos. ¿Vacíos? Nevar, agujero en sordina, en relámpago, acusa la vecina enseña de tus gestos. ¡La Oda quiso ser el pie de los jinetes que antaño remontaron lo alígero del sueño!

 

El calígrafo

Sobre el cuaderno, preciso, el calígrafo descorre su escritura. Ojo, en un remoto pasado, el dibujo trazó que ahora copia su manso. Ofrece el dibujo una imagen. Años atrás se ha desplomado la imagen. Sobre sus inertes elementos, en disposición, de ser inventariada. Mediodía, árbol inmutable. Pero con su ilusión de un eterno instante sólo copia, el calígrafo, la copia de lo copiado el día anterior.

 

Anotación autobiográfica

¿Quién fue?, ¿rostro? Puntos. Mocho puente, de algunos pájaros el canto: esto para empezar, sin continuar. Y es que siempre he empezado a construir la noche. Siempre lo parásito de una palabra en esquina (como gesto). Podría entonces, decir (frío a fuer de ininteligible), que la tarde como un mapa. Pero me confirmo –confino-, ligeramente desquiciado.

 

Con una advertencia

Casi irreconocibles signos estas noches trazando. Adefesios mudos. Cambiando. Cambiándome siempre. Casi invisible, pues, entre espacios diminutos. Y, también revolviéndome sin revolver, grotescamente solitarios, o lo que no me sueña del sueño de una unidad. Así confieso estar, siempre, un poco fuera de mis testimonios. Confieso no comprender bien.

Ilusión venida a menos

Para el texto estoy persiguiendo abetos y árboles encantados para el texto, como también para el texto la sutil e irónica sonrisa de un congelado vacío. Pero esto, esta labor, sólo llegaría a ser tangible si lograra alcanzar, yo, eso que es superficie de una sibilina astucia verbal.

 

Un mandala

Como que se encendió en un circo, pues tiene el esplendor falso de una luz neón. Me muerdo las uñas para ello, situado en la misma diagonal donde el pasado, por el lado de una madrugada, fracasó. Así que, también, me limpiaré de cualquier conjuro, pues sólo el viento, ya híbrido, deberá recorrerse.

 

Caluroso el día

Una zona de explosión zonza: el día que estúpidamente disiente. Sólo componen, los sucios cartuchos de papel sobre el sofá abandonado en el terreno baldío, un no-presagio. Es lo hecho, o es lo no-hecho, para no decir más. Pero es que, también, con la mirada basta para mantenernos. Soy (aunque no sé lo que esta pueda significar) una mirada.

 

Duelas
Muescas

Sin saber si podré resistir. Todo se alarga. Se estiliza todo.
Y, sobre todo, inmóvil todo, se mueve.

Increíblemente, vuelve ese pensamiento con: la vehemencia
Inaceptable del país de los tigres. ¿El país de los tigres?
Pero, ¿qué tienen que ver los tigres con la tecnificación?

Yo estoy usando un bastón que me sirve bastante. Y yo
sigo, con el árbol frente a mi ventana, llevando una vida
extremadamente absurda.

A menudo, me sobreviene un terror pánico. Después de
un día lluvioso, el sol ahora, a las seis de la tarde, está
asomando. Asomando para desaparecer.

Mañana será otro día.

 

(Fuente: Isliada. Org)

 

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