LA TIERRA PERDIDA
Tengo dos hijas.
O casi todo.
Y también quería un pedazo de suelo:
Una ciudad atrapada entre colinas. Un río urbano.
Una isla en su elemento.
Así lo podría denominar mío. Propio.
Y lo digo convencida.
Ahora ya son mayores y están lejos
y el mismo recuerdo
se ha convertido en un emigrante,
deambulando por un lugar
donde el amor se diluye como un paisaje:
Donde las colinas
son del color de los ojos de un niño,
donde mis hijas son distancias, horizontes:
Por la noche,
a punto de dormirme,
veo la orilla de la Bahía de Dublín.
Su balanceo rocoso y su muelle de granito.
¿Es así, tal vez,
como lo debieron ver,
desapareciendo en el barco-correo a medianoche,
sombras cubriendo
todo lo que tuvieron que dejar?
¿Y que amarían para siempre?
Y luego
me imagino a mí misma
en la barandilla que da a tierra de este barco
buscando la última imagen de una mano.
Me veo a mí misma
en el lado más profundo de estas aguas,
la oscuridad llegando rápidamente mientras pronuncia
todos los nombres que conozco para una tierra perdida:
Irlanda. Ausencia. Hija.
Traducida del inglés por Maria Vilanova Vila-Abadal
(Fuente: La Reversible)
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