miércoles, 30 de noviembre de 2022

Czeslaw Milosz (Lituania, 1911 - Polonia, 2004)

 

TRES POEMAS 

 

 

Vida venturosa
 

En su vejez le tocaron los años de buenas cosechas.
No había terremotos, sequías ni inundaciones.
Pareció como si aumentara de armonía el recorrido de las
estaciones,
Como si ardieran más las estrellas y el sol brillara más
poderoso.
Ni siquiera en las provincias lejanas estaban en guerra
Crecían generaciones benévolas a los prójimos.
Nadie se burlaba de la buena naturaleza del hombre.
Era amargo dejar la tierra tan renovada.
Envidiaba y estaba avergonzado de su desaliento.
Contento de que junto con él morirá una memoria
adolorida.
 
Dos días después de su muerte un huracán arrasó las
costas.
Humearon de nuevo los volcanes inactivos desde hacía un
siglo.
La lava se arrastraba sobre bosques, viñas y ciudades.
Y la guerra empezaba con un combate en las islas.
 
***
 
 

Estudio de la soledad
 

¿Guardián de los conductos de larga distancia en el
desierto?
¿Guarnición unipersonal de la fortaleza de arena?
Quienquiera que fuese. Veía al amanecer las montañas
plegadas
Color ceniza, encima de la noche que se derretía
Saturándose de violeta, cobrando el colorete líquido,
Hasta que se levantaban, enormes, en la luz naranja.
Día tras día. Y ni se dio cuenta, año tras año.
¿Para quién, pensaba, este esplendor? ¿Para mí solo?
Y seguirá durando, sin embargo, cuando yo perezca.
¿Qué es esto en el ojo de la lagartija? ¿Qué ve el ave de
paso?
Si es que yo soy la humanidad, ¿ella sin mí es ella misma?
Y sabía que era inútil llamar porque nadie de ellos lo
salvará.
 
***
 
 

Atravesando la calle de Descartes
 

Atravesando la calle de Descartes
Bajaba yo hacia el Sena, un bárbaro joven de viaje,
Intimidado con la llegada a la capital del mundo.
 
Fuimos muchos, de Iasi y de Kolozsvár, de Vilna y de
Bucarest, de Saigón
Y de Marrakesh,
Con vergüenza recordando las costumbres domésticas
De las que no se debía hablar aquí a nadie:
Palmadas para llamar a la servidumbre, llegan corriendo
las criadas descalzas,
Repartición de los alimentos con los encantos,
Rezos en coro celebrados por los amos y los criados.
 
Dejé los sombríos distritos.
Entraba en lo universal, admirando, deseando.
 
Después muchos de Iasi y de Kolozsvár, o de Saigón, o de
Marrakesh
Fueron matados porque querían abolir las costumbres
domésticas.
 
Después sus colegas tomaban el poder
Para matar en nombre de las hermosas ideas universales.
 
Mientras tanto de acuerdo con su naturaleza se
comportaba la ciudad,
Con una risa gutural resonando en las oscuridades,
Cociendo largos panes y vertiendo el vino a los cántaros
de barro,
Comprando en los mercados pescado, limones y ajos.
Indiferente al honor y la deshonra y la grandeza y la
gloria,
Porque todo aquello ya fue y se convirtió
En monumentos que representaban no se sabe a quien,
En arias poco audibles o en giros de lenguaje. 
 
Apoyo de nuevo mis codos sobre el áspero granito de la
orilla
Como si hubiera regresado de un viaje por los países
subterráneos
Y en la luz viera de repente la rueda de las estaciones
girando
Donde han caído los imperios y los que vivían han muerto.
 
Y ya no existe ni aquí ni en otro sitio la capital del mundo.
Y a todas las costumbres abolidas les han devuelto su
buena reputación.
Y ya sé que el tiempo de las generaciones humanas es
diferente del tiempo de la tierra. 
 
Y de mis pecados mortales el que mejor recuerdo es uno:
Como pasando una vez por el sendero en el bosque, cerca
del arroyo,
Arrojé una gran piedra sobre la serpiente acuática
enroscada en la hierba.
Y lo que me sucedió en la vida era un justo castigo
Que más temprano o más tarde alcanza a quien rompe la
prohibición.
 
 
(Fuente: Coral O. Victor)

 

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