jueves, 24 de noviembre de 2022

Sonia Sanoja (Caracas, Venezuela, 1932-2017)

 

cuatro poemas













 
 
Moviéndome dichosa de transparencia,
me veo arremansada en aguas sin cauce.

La piel y el aire, al confundirse,
dibujan ágiles horizontes.

La forma ya no me contiene.

Un designio ovillado
comienza a destejerse, a prodigarse
en sosegada abundancia de figuras.

Sostenida por un equilibrio de raíces,
me balanceo sin extravíos.

Voy acunada por la forma que,
desplegada en un solo trazo,
muestra su exuberancia.

El pie danzante se afinca en la tierra que ahora despunta.

~


Vivir en desajuste. Lo aprendimos cuando niños en la soledad de los juegos cuyas reglas inventábamos: fábulas todavía mudas. En noches cuando lo oscuro era una clave de misterio, me invadía el pavor y las cosas se me venían encima. No bastaba cerrar los ojos porque otras formas —nacidas del adentro— se me aparecían. Me anegaba en una presencia infinita y anuladora donde nos acunábamos, ovillándonos.
Aprendimos a sentirnos desamparados y frágiles.
Durante esas noches, durante esos días, yo esperaba temerosa y anhelante que el pavor regresara, persuadida de que había algo más. Otras imágenes se destacaban sobrevolando la gran presencia negadora.
Así comenzamos a pescar en aquel mar tenebroso, en el reverso de los días, en el anverso de las noches. Acaso de allí nació en mí la Danza. De sentirme paralizada por la fuerza que me impulsaba a la nada. El cuerpo, luego, recobrando poco a poco su independencia, se ponía a flotar, a moverse en su propia vida. Todas sus evoluciones que yo contemplaba sin poder intervenir, se me volvían certidumbre.

Tales fueron mis primeras lecciones de Danza.

~

El cuerpo como posibilidad de pensamiento:
Más que el solo cuerpo pensante:
El cuerpo que se vuelve pensamiento y sale de sí mismo,
se expande.

~

Veo el rostro que el espejo me devuelve.
Mi rostro, el verdadero, nunca lo veré.
Veo mis ojos mirando: pierden espontaneidad cuando los miro.
Mis manos que conozco por haberlas visto de real manera,
se vuelven planas imágenes reflejadas.
Igual, mi cuerpo entero que yo palpo, que imagino y no logro
visualizar.

Fragmentada, me miro en una sola perspectiva.

Apenas sé de mí misma.

***

 (Fuente: La comparecencia infinita)

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