viernes, 24 de septiembre de 2021

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947 / reside en San Juan, Argentina)

 

 

Digo
que Moby Dick
era una ballena de veras.
Y pernoctaba
con ella,
y en las mañanas
escarchadas
de San Rafael
se movía conmigo
para calentar las manos,
las paspaduras,
el trabajo de poda en las viñas,
me acompañaba a la escuela,
guardapolvo casi harapos,
alpargatas y un portafolio
de cuero viejo
que nos regalara
la prima Chita,
la que trabajaba en el Municipio
y enriqueció a la carrerita,
y el temible cetáceo
amagaba con sus barbones
en el techo
de aquella pieza de adobe y cañas,
y yo quería constatar
la terrible armadura de sus dientes,
pero el temblor me ganaba,
y el Pequod, el kraken y Queequeg
engarraban el candil,
lo bamboleaban
de aquí para allá,
y sin reír, se reían de mí,
y me tapaba con las colchas
y no atinaba
a despejarme.
Por ahí nevó:
de pronto murieron
varias gallinas, dos gallos culo pelado,
la coneja Jacinta y siete conejitos,
una chancha y Loreta,
la catita de mi vieja;
parecían cosas arrepolladas,
pelos y plumas empastadas
de alquitrán.
Las noches se venían encima
y en la suciedad de sus contornos,
como juego de niños o de ostras,
la ballena se fijaba:
un tornillo ortopédico,
una prótesis de cadera,
una vena desprovista valvular.
La bocota,
emitía, entonces,
la penetrante voz
de su tristeza y desconcierto,
su ahogo fuera del mar,
su cándido aullido,
su déjenme en paz.
En eso hubo una exposición
en 9 de julio y Mitre.
"El blanco cachalote"
"El monstruo más grande
del mundo".
"Autenticidad y veracidad"
"Entrada general: $ 1,50"
"Niñitos gratis"
 
Grisácea, manchones grasientos
en el lomo, pintarrajeados
los arponazos y martirios,
remendado el cuero,
el agujero que soltaba
el famoso chorro tapado
con papel de diarios,
estirada de a metros con cartones
mal disimulados,
un rictus de animal
desposado con instantes
donde llovieron pólvora y municiones.
Me dio ganas de llorar,
un coloso en bicicleta,
en funda de bolsas y parálisis.
 
Ese domingo,
de patente luz
y delicado sol,
a la nochecita,
mi tío Pablito sufrió
su primera apoplejía;
se le notaba un azul de muerte
desafectado, sin flancos ni mensuras.
Pero no sabíamos
tantas cosas:
creímos que su alcohólico
hígado lo pateaba
como otras veces,
éramos tan brutos
y él tenía tanta salud.
 
 

Inédito

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario