jueves, 30 de septiembre de 2021

Elisa Díaz Castelo (México, 1986)

 

 

ODA A LOS ANCESTROS

 

 

 

No hablo del abuelo y su breve lozanía,

de sus manos ariscas. No hablo

de su longevo padre ni de la tía solterona

que ordeñaba las vacas

ni de aquella cuya muerte a la mitad del otoño

interrumpió el cultivo de las zarzas. Tengo

demasiados huesos en la boca. Hablo

de mis otros ancestros: Lucy, la chimuela,

sus cincuenta y dos huesos,

su muerte milenaria

de veinte años,

todas sus fracturas.

Hablo de sus hijos,

no sabemos cuántos, dónde

de sus hallegados:

Ardi, la de las largas manos,

hallada junto a un río, su cadáver

recogido por partes y sus huesos

constelados sobre un fondo negro

son apenas el gesto borroso, movido

de un cuerpo. Hablo de ese carnal agradable

que primero encontró en su cara la sonrisa

e hizo de la amenaza de los dientes

una señal ambigua de afecto, y de una zarigüeya

con nombre de tía, Juramaia sinensis, escasa

ascendienta de apetito fúnebre, animalia chordata,

rápida, trepadora, dúctil,

eutheria, la primera bestia verdadera.

Y también de los otros, ese

de nombre y vocación heroica, Hynerpeton,

el primero en dejar el agua. Hablo del reino

Animalia, celebro con ardor y arrebato

a ese antecesor fogoso que inauguró el sexo

un buen día hace millones de años,

pero también a los ancianos platelmintos,

hermafroditas, parásitos, parcos,

con su acumulación humilde de neuronas.

Hablo de la simbiosis parasitaria

de eucariotas y procariotas,

de la incipiente mitocondria.

Celebro, al fin,

a esa primera célula organizada,

a la primera huérfana

y a la última, a ella, inmaculada madre unicelular,

sin pecado concebida, bendita

entre toda la materia estéril.

A ella, he olvidado su nombre,

Melusina, Laura, Isabel, Perséfona, María,

y bendito es el fruto de su vientre.

 

 

          

              En:  Principia

 

              Ediciones Liliputienses

 

             (Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

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