La tierra también muere
¿Con qué fe
las estrellas
pueden resplandecer?
¿Los árboles desnudos
brindar sombra?
¿Con qué fe
nuestros ecos
resonar
en callejones cuando ya nos hemos ido
a casa
y cerrado la puerta, y exigido
que quienes presten testimonio de nosotros
hablen por nuestra época?
¿Con qué fe
nos podemos
depositar en el lenguaje
en la conversación
como si no estuviéramos
solos, como si otros,
diarios,
televisión,
horarios de aerolíneas
tomasen con nosotros el café?
La tierra también muere
como las rutas del desierto
las casas solitarias
en campiñas remotas
enigmáticas luces de ciudades
en la noche cerrada.
La tierra también muere
así como los títulos de la universidad
las bebidas que a diario consumimos
y la débil penumbra de la tarde.
La angustia no está sólo
en los nervios
también en esta suave, lisa calma
que se junta sobre los escritorios
los muebles
las cucharas de café
y la callada cuna del pequeño
en un rincón del cuarto.
¿Por qué súbitamente nos quedamos
sin estaciones
sin cielos
sin madres?
Todo merma
y se cae
por la ventana
por el papel
los bordes de las conversaciones
Todo nos deja
que volvamos solos
pasando por la puerta de un museo
un shopping center
un pueblo clausurado
por veredas desiertas
y pasto marchitándose
al final del verano.
La tierra también muere
y no puede tomarnos
como mártires
o profetas
a nosotros, borrados
sin ninguna señal que nos identifique
y marque nuestra ausencia,
y que estamos tendidos
igual que una ternura intraducible
nosotros, peregrinos
como noches perdidas
sobre desiertos sobrenaturales.
(Fuente y traducción Ezequiel Zaidenwerg)
No hay comentarios:
Publicar un comentario