Antonin Artaud
No me alcanza la voz para alabarte, hermano mayor.
Si me agachara sobre tu cuerpo que la luz va a dispersar,
tu risa me repelería.
El corazón entre nosotros, durante lo que sin propiedad
llamamos una hermosa tormenta,
cae muchas veces,
mata, horada y quema.
Y después renace en la delicadeza del hongo.
No te hace falta una pared de palabras para levantar tu verdad,
ni las volutas del mar para ungir tu profundidad,
ni esta mano febril que te rodea el puño,
y suavemente te manda talar un bosque
del que nuestras entrañas son el hacha.
Suficiente. Volvé al volcán.
Y nosotros,
ya sea que lloremos, tomemos la posta o preguntemos:
“¿Quién es Artaud?” a esta espiga de dinamita
de la que ningún grano se desprende,
para nosotros no cambió nada.
Nada, salvo esta quimera bien viva del infierno que se toma
licencia de nuestra angustia.
Traducción deEzequiel Zaidenwerg
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