viernes, 17 de febrero de 2023

Juan José Rodinás (Ecuador, 1979)

 

La vida a las 11:00 de la mañana 

 

 
Mi terraza está hecha con vigas incompletas y un tejado de asbesto. Allí, retrocedo con mi cámara de video hasta que no hay más sitio para ir. Retrocedo, junto a una puerta de vidrio que no cierra, mientras gritan los vendedores con megáfono: mientras gritan y el ruido trabaja su ópera del sinsentido y trabaja el cielo sobre los ojos del anófeles que agoniza en el piso de cerámica color ladrillo. 
 
Luego, barro. Sé lo que barro: barrer es mi terapia. También lavo el filtro de la aspiradora (encuentro tornillos, ligas de pelo, tapas de esferográfico; encuentro pelos de gato, humano y perro, encuentro chicles masticados): ellos son mi tesoro. Uso jabón y limpio con esmero. Observar y limpiar es todo lo que hay en mis domingos. 
 
Limpiar es mi terapia. O soñar que limpio. O soñar que caigo: un elevador que se desploma mil pisos hacia abajo. 
 
Lo que pasa es que el paisaje hoy está hecho de: 1) unos ojos de insecto, como racimos infinitesimales, que pactaron su muerte en mi terraza; 2) un mosquito rasgado, molido, entre las cerdas plásticas de la escoba que muevo. Es la naturaleza que me resta. Mi terapia es barrer, lavar, limpiar la terraza que sostiene mi peso sobre el planeta Tierra (esa esfera de vacas y basura). 
 
Hago un encuadre material para un mundo material. Adentro de mi estómago no existen mariposas: solo ácido disolviendo comida. 
 
El mañana juega sin nosotros y las caras se disipan (solo hay pelusas negras girando en la garganta, solo hay zumbidos de teléfonos y mensajes bancarios). Hay, sí, una cajita de madera donde un tren de lata y un carrete de hilo son pareja en el adiós de todo, entre tuberías y montañas, entre hospitales y ventanas, entre castillos y galaxias. 
 
Un mañana sin rostros vendrá como si todo huyera de un paisaje de casas incompletas, de manzanas curadas por las lágrimas y las cenas felices, de corazones fríos en la punta de la lengua. 
 
Aquí, yo recordaba el día donde una cocina dejaba que su olor a tortilla de maíz se impregnase en mi ropa: y yo reía y la realidad se desplazaba y yo claramente la sentía. 
 
Un día estuve aquí. También de aquí, de esta sangre, fueron todos mis ojos.

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