Abruptamente
Dios es un gorila.
Lo veo erguido en el cielo.
Él es las nubes.
Tiene la barba blanca
salpicada de gris claro.
Tiene brazos de gorila,
que le cuelgan; los puños
no están distendidos, tampoco coléricos.
Le digo a mi amiga.
Lo señalo y le digo a mi amiga:
“Mirá, Dios es un gorila. Mirá,
ahí está”.
Mi amiga me dice: Es un crimen
decir que Dios es un gorila. Insultaste a nuestro Dios”.
Yo le respondo:
“Ser gorila es magestuoso.
Lo saben
los gorilas”.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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