Y LA MUERTE NO TENDRÁ DOMINIO
Y la muerte no tendrá dominio.
Los muertos desnudos serán uno
con el hombre del viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos queden limpios y los huesos limpios ya no estén,
ellos tendrán estrellas en los codos y a sus pies;
aunque enloquezcan serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar emergerán;
aunque los amantes se pierdan, el amor no se perderá;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen bajo recodos del mar,
no morirán en el viento;
retorciéndose en el potro, cuando los tendones cedan,
amarrados a una rueda, no se quebrarán;
la fe se partirá en dos en sus manos,
y los males del unicornio las atravesarán;
aunque amputen todos sus miembros, no se partirán;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Ya en sus oídos las gaviotas no podrán gritar,
ni las olas romper estruendosas en las playas;
donde una flor se voló nunca más podrá una flor
alzarse al soplido de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
sus cabezas golpearán contra las malvas;
forzarán al sol a entrar hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.
NOSOTROS, TENDIDOS EN LA ARENA
Nosotros, tendidos en la arena, contemplando el amarillo
y el grave mar, nos reímos de los que se burlan,
de los que siguen los rojos ríos, hueco
nicho de palabras en la sombra de las cigarras,
porque en esta tumba amarilla de arena y mar,
un llamado al color llama en el viento,
que es grave y alegre como la tumba y el mar
que duermen uno frente al otro.
Los silencios lunares, la corriente silenciosa
que lame los quietos canales, el seco amo de las mareas
emballenado entre el desierto y la tempestad,
sanaría nuestros males marinos
con una calma de un único color;
la música celestial sobre la arena
suena en la arenilla mientras vuelan,
ocultando las doradas montañas y mansiones
de la grave, alegre orilla.
Ceñidos a una franja soberana, nos tendemos,
miramos el amarillo, anhelamos que el viento se lleve
los estratos de la costa y ahogue la roja roca;
pero los deseos nada engendran,
ni podemos repeler la llegada de la roca,
estaremos tendidos custodiando el amarillo hasta que cambie
el tiempo dorado, oh sangre de mi corazón, como un corazón y una
/colina.
AMOR EN EL HOSPICIO
Una extraña ha venido
a compartir mi cuarto en la casa que está mal de la cabeza,
una joven tan loca como los pájaros
que traba la noche de la puerta con su brazo, sus plumas.
Ceñida en la cama enredada
desvaría con nubes que entran en la casa a prueba de cielo
y delira que camina libre como los muertos
en el cuarto de pesadilla,
o cabalga los imaginados océanos del pabellón de los hombres.
Está poseída
la que deja pasar la luz engañosa a través de la pared reflectante,
hechizada por los cielos
duerme en el catre angosto pero camina sobre la tierra
y delira a su gusto
sobre los pisos del manicomio gastados por los pasos de mis lágrimas.
Y tomado por fin por la luz en sus brazos
finalmente podré sin duda
soportar la primera visión que prendió fuego a las estrellas.
NO ENTRES MANSAMENTE EN ESA NOCHE BONDADOSA
No entres mansamente en esa noche bondadosa,
la vejez debe quemar, bramar al fin del día;
a la muerte de la luz, desafía, desafía.
Aunque los sabios, al final, saben que la oscuridad es justa,
sus palabras no son relámpagos, entonces,
no entran mansamente en esa noche bondadosa.
Los hombres buenos, que en su saludo final exclaman
qué brillantes podrían haber danzado sus frágiles actos en una verde bahía
a la muerte de la luz, desafían, desafían.
Hombres salvajes que atraparon y cantaron al sol en huida
y lloraron su partida, demasiado tarde entienden,
no entran mansamente en esa noche bondadosa.
Hombres serios, cerca de la muerte, que ven con vista
enceguecedora
que ojos ciegos podrían arder como meteoros de alegría,
a la muerte de la luz, desafían, desafían.
Y tú, mi padre, allí en la penosa altura
maldice, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas, te ruego.
No entres mansamente en esa noche bondadosa.
A la muerte de la luz, desafía, desafía.
(Traducción Patricia Ogan Rivadavia-Esteban Moore- Poesía Completa de Dylan Thomas, El Cuenco de Plata, Buenos Aires. 2025)
(Fuente: Alpialdelapalabra)
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