San Agustinillo
Donde quiera que fuéramos había perros, que daban la impresión de que alguien les había dado de comer pero les había negado el nombre.
Mientras asistíamos a su partida, revoleábamos los brazos para espantar las mosquitas.
Sentía la carne caliente que era yo aprender a quedarse quieta a pesar del sudor.
La vena nítida de tu cuello.
El mar es lo contrario de Sísifo.
Se nos ofrecía un montoncito de camarones, arqueados en un plato.
Lo desmantelamos.
Te vi en la hamaca, radiografiado de oro.
Dos cuerpos en el agua son dos cuerpos casi solos.
Rosa nos contó del motociclista canadiense que había perdido las dos piernas en la carretera.
Aquí tienen el protector solar, el jugo de piña.
Mejor que tengan dos bebés, no uno.
Siempre había lagartijas sobre las escaleras.
Un pájaro cuyo canto repiqueteaba: «dé-ja-lo» o «ya-me-voy».
Los perros que escarbaban sus sombras en la arena.
Dos cuerpos en el agua se pueden olvidar del miedo al agua.
Flotan para que les den la bendición.
Y se las dan.
El breve resplandor que eso proyecta.
Me quedó un moretón en un nudillo por golpearme bajando de una camioneta el día antes de salir para el aeropuerto.
Con esa mano escribo.
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-Traducción: Ezequiel Zaidenwerg
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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