sábado, 30 de septiembre de 2023

Francisco Layna Ranz (España, 1958)

 

 

DICEN LOS DECIRES QUE TIENEN ALIENTO

 

Dicen los decires que tienen aliento. No se diferencian en eso de los venados en diciembre.
Las almas solo tienen presente.
¿Y en el más acá? ¿Quién se evapora entre los imperceptibles hilos de lo más cercano?
No es fácil entender la palabra vez. Los números es lo de menos.
Y si la ocasión la pintan calva ¿por qué se nos va por un pelo la oportunidad de poner culpas a remojo, y las sílabas que las pronuncian, y el afán de vivir en detrimento de la vida misma?
 
Líbranos del mal, y a su vez de la miel, amén. Lo mismo tendríamos que decir de los girasoles.
Fascinantes, adornan la luz cuando parece andar buscando alianzas.
También el olor de las mandarinas, y los sonidos, claro, todos los sonidos del mundo. Desconfío que tengan tacto cuando vagan en pena, jirones en la atmósfera. Tocar es solo para los que abren las puertas cuando entran. ¿Conocerán los pronombres? ¿Y la desidia o la enmienda?
 
Se da por sabido el silencio del caracol.
 
Líbranos del mal, y a su vez de la piel de nuestros hijos…
Uno va al médico porque teme que los demás le desconozcan. Si en ellas el recuerdo igualmente es coto privado, seguiré siendo Francisco Layna, aunque en el humo esconda los aledaños de mis manos. Recordaré pantalones, la enfermedad que me postró, la envidia poco o nada explicada, aquel almuerzo en que la estufa era suficiente…
 
Puedo caminar y escucho los motores y las voces de los niños.
 
Los desagües son necesarios, y el acuerdo ante los difuntos. La mutualidad de lo que dejó de existir. Si yo no tuviera necesidades, podría ser feliz incluso sin corazón.
¡Qué diferente entonces la vida!
Tan sencilla o más que una cuchara, unas tijeras, la quietud en un lunes sin pájaros.
 
Las almas no tienen otro espacio que el inmediato, y yo quiero, sin embargo, que mañana vengan a verme amigos y la comida sea el pronóstico de la paz.
El día en dirección a lo que Marta representa. Limón en el té, y su mano en la nuca nerviosa.
Cualquier palabra, por tanto, es sinónimo de lo que no tiene nombre.
Y estamos vivos, que conste que estamos vivos.
¿No podré aventurar ningún intento de seguir bebiendo? ¿Es posible de veras que se pierda para siempre el agua?
 
Mirémosla, señora mía, mientras dure, que luego nos llamarán sin nombrarnos.
Nunca se nos debería separar de la noción de esperanza, que los días se sucedan ajenos a la eternidad, si al menos el juez es justo con los vivos y con los muertos.
Agustín de Hipona lo confesó: “Aquel tiempo fue mucho tiempo mientras fue presente”. Dice el verso que ahora pretendo: no sea el lapso adversario de ninguno de los que nos decimos nosotros.
 
Líbranos entonces del mal, premiados por el amor inmenso, incluso en el error que fuimos.
……

 

(Fuente: Daniel Freidemberg)

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