viernes, 29 de septiembre de 2023

Alejandro Méndez (Buenos Aires, 1965)

 

La carta de las luciérnagas

  Inéditos

 

No añoro una realidad, sino su valor
No añoro un mundo, sino su color.

no lloro porque ese mundo no vuelva,
sino porque su regreso es imposible.

Pier Paolo Pasolini

Querido Pedro
soy testigo
del dibujo efímero
de un árbol eléctrico,
sus ramificaciones en los huesos
después de la descarga.
Encuentro un eco
que no se multiplica en el futuro
sino que perfora ese día
de primavera de 1941.

Anoto con lápiz
en papel de estraza
porque resiste el desgarro
y las fases lunares.
¿Cómo puede ser
que cada vez
tenga más miedo
a los relámpagos?

Hola,
quisiera lograr
el mismo tono seco
y milagroso
de los poemas
en friulano.
Bailar desnudo
después del vino
en honor a la luz
encontrar las balas
escondidas
en la cajita de música.

Y luego
en la oscuridad sin luna
vimos una cantidad
inmensa de luciérnagas
que formaban un bosquecito
de fuego.
Un lugar tan pequeño
que seis pinos bastaban
para rodearlo,
allí nos recostamos
envueltos en las frazadas.

Querido amigo,
una carta de puño
y letra. El sobre cruzado
vía aérea, azul y rojo.

Adorado Pedro, decime
en tu lengua franca
los infortunios del pintor
provenzal de manos ásperas,
como esos amigos
que se comentan
sus aventuras amorosas.

Nosotros también
quedamos atónitos.
Las mejillas
ardiendo, tocamos
con cautela
las piedras, desplazamos
con la mirada
los fuegos artificiales
frente al río marrón.
Nos deslumbramos
con las ramas secas
que estaban muertas
y cuya muerte
parecía viva.

Hola,
retomo esta carta
para cuidar
las brasas. Borroneo
lo que debió ser
sagrado o rastro
de una pasión.

Espero
que cuando la recibas
sigas bailando
en las colinas
de Pieve del Pino.

Querido,
pido reunir
lo que fue
dispersado.

Entonces,
¿cómo se deshace
el cielo que brama
en mi cabeza?
¿Cómo cuento
de las cenizas
su triunfo?
 
 
 
Glicinas

El camino de tierra
se prolonga
en los gritos lejanos
y el rezo de los viejos
sentados en el jardín.

El oído humano
apenas escucha ruidos
ecos
el inicio de una canción
pero el oído absoluto
está en las flores de la glicina
no lo olviden
engañan con su perfume
mientras trepan y caen
en racimos
sobre las voces tenues
de todas las plegarias.
 
 
 
Granadas

No voy a pedir ayuda
al olfato ni a la vista
para traer hasta acá
eso mismo
que no sé
cómo llamarlo
quizás presencia
electricidad
pero nunca usaría
la expresión
“el recuerdo
de aquellos versos”.

En el inicio
estaban los amantes
dos hombres
en una tarde
agobiante
no puedo precisar
el lugar.

Qué rotunda
la traducción de Laura
eligió
“luz quemante”
“las frutillas reluciendo”
y la voz de Edwin
hizo eco en las colinas
de Escocia.

Ahora acá
en estos retazos
que se depositan como limo
en la isla cambié
frutillas por granadas
casi la misma pulpa
roja y ácida.

“Tus rodillas en las mías”
dice quien más adelante
celebrará que pegue
el sol sin apurar el festín
mientras aparecen relámpagos
y platos azules.

Hoy
brotaron las granadas
de 1976
rebosantes de ese líquido
inverosímil
que manchaba
los dedos de mi primo
pegajosos y veloces.

Las manos llenas
saltaban de una boca
a la otra mordíamos
cada semilla el sabor
prolongado
en nuestras gargantas
una sucesión de fogonazos
el día un borrador
que en el umbral
nocturno
esperaba su definición.

Las colchonetas en la terraza
debajo de las glicinas
hacíamos frente a los mosquitos
envueltos en el humo
de los espirales
transpirados y felices
pocas estrellas una luna
creciente los músculos
relajados la piel bronceada
nos movíamos distraídos
éramos
demasiado jóvenes.

Sólo tres palabras
ultramar granadas trasnoche.

Trabalenguas roto
como emblema del verano
canción solitaria de los sentidos
he venido a este poema
para entrar.
 
 
 
Desde la boca
el humo proyectaba
sombras en el pasto
bajo tus dedos
sucios y perfectos
o eso imaginé
no importa
tampoco sabía si retener
la savia desbordante
la tierra mojada
o tu aliento
que desplazaba
en mi cabeza
el lugar del río
para el beso
que como la fruta
estaba
por caer.
 
 
 
Cómo olvidar
la curva enérgica de tu espalda
laminada viva
irguiéndose
adentro el latido generoso
y afuera
rocío en pequeñas gotas
de sudor.
El arqueo majestuoso
caballo sin brida
cuando nos movemos
no es acople
somos tropilla
y es manso
cuando abrevamos
en la grupa común
manantial fragante
y ácido al final
para recomenzar.
 
 
 
Ahí estabas
en los ligustros
más altos
afilada y dispuesta.
Enderecé el cuerpo
para preguntarte
—¿ves mi aliento?
no las volutas humeantes
de los primeros fríos
sino esas líneas
transparentes
que salen después
de mi boca
—¿las ves?

Perdí el olfato
en el cuarto creciente
las brasas
del mediodía
alumbraron el fondo
denso
del arroyo duraznito.

Acá en el delta
te decía ayer
caen hojas
de los álamos vecinos.
Todo es brote o semilla.
Una orquesta vegetal
y para las ranas
su metrónomo.

Como la avispa
visita la higuera
así encuentro
mi oráculo
para este veinte
de abril.

Cosas pequeñas
sin importancia
sólo esta música
insensata alrededor
el gemido
en dos notas
del benteveo.
Crujen
las ramas
y cimbra
el clavel del aire
mientras pateo
los frutos díscolos
del nogal.

No acarreo
las piedras
como cada otoño
no hay sangre
ni rasguño
sin embargo
este cansancio
me visita.
—Vení por acá —me decís.
—Ponete bajo el manto
de las estrellas
y empezá a escuchar.
Arriba no hay senderos
todo se acopla
cruz del sur
chispa o cencerro
diamantino.
 
 
 
—¿Cuál es
la medida del amor?
—¿Será ese caballo
desbocado centauro
que ahora mismo
vuelve a corcovear?
En mis latidos
toma altura
por su sombra
imagino
la primera luz
de la mañana.
 
 
 


Alejandro Méndez / Buenos Aires, Argentina. Poeta. Autor de varios libros, entre los que se encuentran Chicos índigo (2007), Cosmorama (2013), Pólder (2014) y Para arder (2021). Coordinó la primera curaduría autogestionada de poesía contemporánea argentina: laseleccionesafectivas.blogspot.com.ar. Es docente en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), en la Licenciatura en Artes de la Escritura. 

(Fuente: Periódico de Poesía.unam.mx)

 

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