martes, 26 de septiembre de 2023

Adalbert Salas Hernández (Caracas, Venezuela, 1987)

 

[El silencio de las supernovas]

 

El espacio está hecho para el sonido,

para acogerlo, para darle refugio

a su anatomía inquieta, a sus aspiraciones

de ola. Allá afuera 

todo habla, todo cuerpo

se rodea con una corte de ruidos minúsculos;

asteroides que chocan, íntimo

desgarramiento de la roca;

soles que son pura espalda encorvada

bajo no se sabe cuál peso;

materia que canta oscura

en una lengua que nadie enseña.

El sonido viaja leve, adelgazándose

hasta desaparecer. Allá afuera todo habla

su música callada, pero nada nunca

escucha. 

 


[Síntoma]

 

Despierto con un dolor agudo en la pierna.

Lleva varios días allí, casi tímido; es

la primera vez que me saca de la cama. 

Pero no me saca realmente: comprendo

al intentar levantarme que no podré caminar

hasta el baño. Es un dolor delgado, pulido,

una navaja que se ha ido enterrando 

poco a poco en mi pantorrilla. A su alrededor,

los músculos pesan como bolsas 

de tierra. Intento caminar. No costaba tanto 

ayer; no costaba tanto hace una semana. 

Cuesta mucho más. Las bolsas de tierra 

se han roto y todo se ha derramado y ahora

algo ha ido creciendo allí. Algo germinó,

echó sus raíces sordas entre la tibia

y el peroné. Observo mi pierna bajo la luz 

ojerosa del baño. La palpo. Está hinchada,

madura, cítrica, a punto de abrirse. Adentro 

hay un fruto, lo sé, que me entumece la carne. 

Un puño aturdido. Una piedra blanda. Fruto,

fruto ciego sin semilla.

Hundo los dedos en la piel, rebusco, quiero

sacarlo, abrirlo. Exponerlo al brillo poroso de la lámpara.

Pronto, mareados por el olor, 

vendrán los insectos.  

 

(Fuente: Casa país. org) 

 

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