
EL DESCUBRIDOR
yo me desnudaba para escuchar
el relato (implícito, silencioso)
de sus labios, cuya pulpa había ganado
en madurez a la sombra de palmeras
y de plantas con cuerpo de mujer,
con pestañas y ombligo. Desnuda
(y él, lejano), podía oír el tintineo
de alhajas –una granada de rubíes,
diamantes en hielo granizado- cayendo
sobre sus bombachos de seda.
“¿Te gustan? Los vendían en Bagdad”.
El regreso de Oriente lo pone silencioso.
Conozco la secuencia. El posillo de café
le habrá dictaminado riesgosa ventura
(aunque, si mal no recuerdo, esa densidad
al manipular ficheros la tenía desde antes:
los ejemplares intonsos en distinto anaquel
que los incunables, los cuales no deben mezclarse
con ediciones agotadas… él detesta las mixturas vulgares);
al sentirse sentenciado, habrá ido en busca de licor
tras los cortinados hechos de cuentas enhebradas
en cuerdas de fibra vegetal, en cierta posada.
Allí, habrá encontrado asiento y bebido copas
hasta que unas mariposas de terciopelo negro
le provocaron la erección redentora y, a punto de eyacular,
habrá corrido a hundirse en alcoholes menos evanescentes.
Espronceda en estado puro, fondo en rojo y negro,
en blanco y dorado, azules y rosas temblando en la extraña fantasía
de la pubertad recién sajada por la menarca.
Jardines opulentos de Espronceda
en libros color ocre de hojas gruesas.
Desde Oriente traerá un silencio capturado vivo.
Un raspar de arena, leve carraspeo,
arrastrará un espejismo debajo de sus zapatos;
ya lo he escuchado antes, pero siempre me inquieta,
puede parangonárselo al devenir de mortíferas sierpes.
Las serpientes orientales gozan prestigio de sabiduría.
Otro cliché. Como: África es un león, Sudamérica el cóndor,
Europa un armiño y Estados Unidos… el Winchester.
Pero un amor respira más allá del fracaso y del éxito.
¿Cuánto saber habrá acumulado en su último viaje?
Marco Polo de amor. Un surco de naufragio en la sien
y yo, desnuda, alhaja corriente, no rara,
expectante, habré de atraerlo hacia mi cala practicada en humus,
para sorber los jugos del malestar y la dulzura.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
No hay comentarios:
Publicar un comentario