sábado, 26 de diciembre de 2020

Jorie Graham (N. York, EEUU, 1950)

 

 

LAS MANOS DE MADRE ME DIBUJAN

 

 

 

Mientras muere solo las manos de madre siguen

sin morir, cortando el aire,

impersonales, forzadas,

curvándolo—sequía incesante lluvia

revolución de los órganos des-

activándose pero no estas extremidades,

aquí desde que por primera vez abrí mis primeros

ojos el primer día y ahí estaban,

delicadas, señalando, no retrocederán,

no pueden ser recordadas. Madre,

muriendo—madre no quiere

morir—madre aterrada despierta

cada noche pensando que está muerta-

gritando—madre no

recuerda quién soy cuando

acudo—quién soy—madre debemos

guardar el teléfono porque a quién

llamarás luego—ahora dice he

soñado tengo que ponerme este vestido, si

me pongo este vestido no moriré—

madre no puede ponerse el vestido

por la cadera rota y el brazo

roto y tubos y cables y cubetas

y dolor omnipresente, errante

delirio, en el fétido mundo-

sombra—geotrauma—trans-

natural—qué es este mensaje

que has estado garabateando para mí

toda la vida, qué es este arrastrarte

otra vez hoy hacia el no-ser. Dibújalo.

El que no está aquí. Quién es el

fantasma en la habitación. Que soy yo

ahora en el dibujo. Adónde nos

dirigimos. A qué me arrojas

con tu ojo presuroso—arriba

hasta mi luego abajo al blanco de la

página. Despedazas

el rostro. Veo mi codo ahí donde

ahora trazas la curva con el lápiz, lo

completas, me lo arrancas hacia

una generación más instantánea de

futuro extra. Rememoras, me despojas

de mi extrañeza, me

manufacturas, me incubas de sombras. Para

hacer qué, madre, aquí en esta

eternidad este segundo este millón

de años donde observo mientras todo es

observado y cancelado y re-

producido—multiplicando las facetas de

la luz en el aire matinal—los

dedos hurgando frenéticos en la bolsa de

 bolígrafos, lápices, y luego aquí

están—las imágenes—y las manos

se mueven-trazan una

línea ahora, es nuestro mundo,

se horizonta, nos afantasmamos, sonámbulos,

todo a nuestro alrededor se nivela,

se cancela, nos transformamos, somo

apenas ruinas, perduramos, pero

para qué, los dedos profundizan

el bucle, reanimándolo, la mente

no lo sabe—no creo—

pero los dedos, oh, toda mi vida

exhumando lo invisible,

harta de las meras cosas, no

interesada en el enjuiciamiento, sino

en la convulsión—qué significa

convulsión—toda la energía, grave

asunto, sobre la dirección, trazando

rastros que se disuelven entre el ente

y los intersticios-aquí líneas firmes,

aquí un arranque polvoriento—hambre,

temor—comienza la investigación—no todo se ha

perdido—el pensamiento dilatado

unos segundos—el escrutinio desplazándose

entre el aquí y el aquí, conglomerados,

malezas, este podría ser el punto donde

entramos, o donde somos salvados,

podría ser un error, ella mira la

habitación traspasándome, no estoy

aquí entonces, intento alzarme en el rayo de luz,

nada de lo que hago lo hará

suceder, rostro pétreo, labor que

excluye todo lo que no es ella

misma, todo impulso en el proceso de

convertirse en todo afecto, cómo puedo tocar

esa mano como nieve nómada, cuándo

se repite el tiempo si aquí no hay

tiempo, o el tiempo ha sido cargado pero

no amartillado, por ello almacenado, del todo

clausurado, también me crearon pero no

así, busco la renuncia,

la expectativa, pero aquellos no son los

climas—si solo pudiera estar en

el escenario—mi tiempo no

pasa—de quién es el tiempo

que pasa—las manos apresurándose

en el papel, nublado con un sol

que afuera también garabatea y se apresura—

la sabiduría apartándose de la

sabiduría para ser—qué—algo

que podrá multiplicar el otro y no puede, una mancha

de azul en el exterior de pronto como la

extinción del lenguaje cuando los labios

se paralizan—sol—auto-

enunciándose—quiero que esto no sea

lo que escribo sobre ella, también que mis manos

no estén aquí, fundidas con las suyas

que nunca tomarán la mía en

ellas, no importa lo tarde que sea, no

importa que tengamos que abrirnos paso

corriendo entre toda esa gente y yo necesite

la mano, en algún lugar un claro

radiante, ¿nos dirigimos a él?, la cabeza

inclinada sobre la vasta página, la mano

trémula de viva emoción, no puedo decir

si da o recibe, no puedo decir qué es

lo que genera la línea, procede

de los largos dedos pero no es

ellos, todo se ha consumido, la sensación

de que todo-todo lo que necesitamos o tenemos—

se consumirá en este próximo acontecimiento,

esta captura, en realidad estridente aunque

solo puedes oír el leve

arañazo, y percibo el crepúsculo

acercándose aunque aún

despunta la tarde, insinuándose tan solo,

nadie aquí para verlo salvo yo, narrada

en la voz del silencio por arcos, contornos,

el viento que arrecia, ondulado, fluido—

tinta tiza carbón—círculos, espirales,

el río que corre

a ninguna parte, que ha sobrevivido a los

asombros y jamás volverá a

acercarse a ese ardor, hace

frio aquí, alzando la vista hacia qué,

mirando otra vez abajo, cómo es

posible que el mundo aún exista, cuando

empieza a tomar forma allí, en el no

ser, está el antaño están las

altas palabras, desprendidas, como

el canto del arrendajo arrojado cuando

el pájaro se marcha, frías mañanas,

arrastrando consigo el amanecer, dejando

al cuervo y al estornino al sol—ellos

han sabido qué encontrar en lo incondicionado,

lo inroturado lo inmaterial lo intacto y

lo han llevado a rastras hasta aquí—para que sea

visible

 

 

 

Deprisa

 

Traducción y prólogo de Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez

 

        Bartleby Editores

 

       (Fuente: Papeles de Pablo Müller)

 

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