martes, 22 de diciembre de 2020

Gabriela Vargas Aguirre (Guayaquil, Ecuador, 1984).

 

 

Lugares que no existen en las guías turísticas

 

I

 

Una cama es también una prisión

o una caja de cartón que se lleva a cuestas.

Mi carnet de identidad dice que yo existo,

que soy un número comparable

con la cantidad de moscas que visten la naranja de mi plato.

 

Nos han dejado dormir junto a esta pared

que es también el final de un puente.

Una pared en la que se lee:

 

NO ORINE AQUÍ, LO ESTAMOS FILMANDO.

 

Entonces en la filmación se vería:

perros que escoltan un camino de huesos,

zapatos como peces que saltan en un camión de basura

hombres que estiran las manos,

manos que buscan papel de arroz y lentejas,

una madre que llora cuando un niño pregunta:

¿por qué el frío es tan rudo con nosotros?

Nos han dejado

 

AQUÍ,

Con un golpe seco

 

haciendo en cada esquina

una película sobre un hombre que muere cubierto de azúcar.

Aquí, como un asunto pendiente:

 

Somos los números que despiertan

demasiado cerca del suelo.

 

 

 

III

 

Señora, su casa ha sido declarada en RUINAS

luego de que su pareja la demoliera a golpes.

 

A todos los que miran por las ventanas les digo:

en mi carnet de identidad soy los nombres

de miles de mujeres y niñas que una vez escaparon de la escuela;

que una vez quisimos escondernos bajo el agua

y, en el agua, pensar en lo hermoso que sería ver nadar un elefante;

que subimos el volumen de la radio para dibujar en secreto

el lugar donde nos tocaron nuestros tíos;

que bajamos el volumen de la radio para contarles a las niñas

por qué hay tantas velas encendidas en los altares;

que no pudimos guardar las manos,

no pudimos con las ganas de agarrar un cuchillo;

que ahora tendremos hijos en una celda

que es como un pedazo de carne y siempre sangra.

Estamos aquí, impregnadas por el olor de nuestra historia

por eso solas

por eso a tientas

sin dar un grito.

 

A todos los que miran por las ventanas les digo:

Un día de estos su silencio matará al mío.

 

 

 

IV

 

Esta es mi memoria tratando de reconocerse.

En este lugar, las camas son hondas,

huele a papilla y pegamento para dientes.

Conservo una mecedora llena de arañas,

que hace años no mira hacia ninguna calle

y que a veces dice:

 

En otra vida mataba insectos.

 

Hablar con las paredes podría parecerles algo muy hermoso,

pero solo es un intento desesperado por saber dónde estoy

por destruir con las uñas este mismo paisaje,

por encontrarme con algo en la mitad de las fisuras

o bajo las costras de mugre

que van cambiando la pared

como el cielo en un mapa de molinos de viento.

 

En ellas podría leerse algo así como

 

“X estuvo aquí”

 

y entonces X me diría que una vez fui violenta,

que quemaba basura para ahogar a los moscos

que me ganaba unas monedas

por limpiar el vecindario de muñecas de trapo.

 

En mi carnet de identidad ahora tengo 70 y he dejado de ser útil.

Mi única casa era mi memoria y lentamente va quedándose vacía.

 

 

 

(Fuente: Revista Altazor)

 



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