domingo, 21 de abril de 2024

Braulio Arenas (Chile, 1913 - 1988)

 

Puede ser una imagen en blanco y negro

 

PEQUEÑA MEDITACIÓN AL ATARDECER EN UN CEMENTERIO JUNTO AL MAR

 
 
El sol paga en sí mismo
(¿paga en sí mismo, dices?,
¿quién paga?, no te escucho,
¿el sol dices que muere?)
la culpa de su tarde.
 
Se sorprende al saber el veredicto. Imagen de sí mismo, se sorprende fénix en ese lago de su sangre,
en ese fuego que es su vida y muerte.
 
¡Cómo!, se dice,
¿es éste ya el final?
 
Y entonces paga.
Paga con carne y hueso.
Paga con fiesta y hambre.
Paga con noche y día.
Paga con alma.
 
Y él, que es la misma luz,
se reconoce culpable de la noche.
 
Sin embargo, al final, en el ocaso,
al otro lado de su muerte roja, tiende su mano herida y acaricia con última piedad al cielo inmóvil.
 
Paga su ocaso, su áurea cabellera.
(¿Recuerdas que era el mar?,
¿que a solas contemplábamos
la caída del sol en un horno de sombras?)
Paga de prisa
su frívolo ademán de trigo eterno, su odio a la nieve blanca.
 
Paga su huella de salud.
El arcoíris lo paga con su sombra ahora.
Un arco iris pleno, tenso,
con todos los colores hasta el blanco
y el negro, con toda la vigencia de la rosa.
 
(¿No heredamos
un poco del blancor de aquella muerte?)
 
Paga, gota por gota,
su deslizamiento en la cascada como quien teje en una rueca un cuento. Paga sin murmurar
su odio a la noche negra
(¿por qué, por qué tan negra, tan obsidiana noche y desgarrada?) Paga ya con amor
su odio por siempre negro.
 
Todo lo paga el sol.
No muere sin pagar.
(¿De qué color tu traje
aquel verano en que no estoy seguro
portabas una rosa de color amarillo sobre tu hombro para cerrarlo al pecho?)
 
(¿De qué color, decimos,
no era el color petróleo?)
no muere sin pagar, sin desangrarse
no muere sin vivir su última gota de agua de mar salada, sin extender el debe y el haber de la existencia.
 
Paga con sangre,
dicen (yo me espanto),
con sangre anochecida.
 
El paga con su muerte,
con centavos de luz
(¿quién llama?, ¿dónde estás?), con nubes en que posa
su herida mano por un breve espacio
(¿Dónde estás y quién llama
a la puerta con tan herida mano?)
 
Paga con las ovejas de una historia que escuché casi en sueños, casi muerto,
casi niño en un casi paraíso.
 
Paga con las pastoras extasiadas,
con nubes que recuerdan
su tránsito de sangre y lo comentan
al mundo que está en sombras.
 
(¿Y después?)
Después nada.
(¿Por qué, por qué te has ido?)
Carece de memoria
porque es un sol sin párpados.
(¿Por qué, por qué no vuelves?)
Su memoria solar él la ha perdido.
La ha jugado a las cartas
con un tahur fantasma
segundos antes del amanecer.
 
(¡Ven, te ruego!)
Carece de memoria. La ha perdido (¡ven, te ruego!)
 
de tanto mantenerse
(¿no es temprano?)
en su igual mediodía.
 
Está como cegado por su propio recuerdo,
y aunque es sol anda a tientas, apoyando sus manos en la sombra (¿volverás algún día?)
para saber su luz.
 
Está como cegado por su propio recuerdo
(¿estás muerta en la noche?),
por la luz lisonjera que brota de su muerte
creando la ilusión de una vida posible.
Está como extasiado
por luces que en su tiempo
(en el tiempo sin párpados
de aquella juventud ya tan lejana), dilapidó en las calles
(¡oh ciega juventud tan luminosa!) de una ciudad por siempre oscurecida.
 
Mira hacia atrás el sol.
(¡Ea, ea
de cuando en cuando hay que mirar atrás
y esparcir sobre el mundo la sal de la mirada!)
Se contempla en el alba.
Se dice que ya es tarde,
que nunca fue temprano.
 
(¡Ea, ea,
de cuando en cuando somos nosotros los tempranos!)
El se dice en luz baja
que los pájaros duermen en sus nidos.
El se dice, sin verlos,
que duermen para siempre,
que ya sólo son canto.
 
Que ya no hay bardas
para posar en ellas la esperanza
de un moribundo rayo.
 
Que todos los viajeros han partido, que el mundo entero, en fin,
se ha transformado en sombras (¿recibiste la carta?),
en sombras que resuelven
el atroz teorema de la luz.
 
Vamos ahora al mar.
 
El mar está aquí mismo.
Disociado.
Está presente. Esquivo. Un tanto de soslayo.
Ansioso en sus preguntas,
con sordinas respuestas.
Un tanto mar no bien no mal volcamos
un puñado de sal para nombrarlo.
Es este mar vencido el mismo triunfador que vimos griego.
 
Está dormido, insomne, abierto, alerta,
y manando afroditas por su frente (¿volverás esta noche?),
de costado y aullando
para crear la trampa del naufragio.
 
Aquí estamos, inermes y dormidos, despiertos, mesurando el tiempo esquivo,
memorialistas de la sal que escurre su vida en el hocico de este océano,
 
Estamos (¿tú te acuerdas?,
mujer muerta, ¿te acuerdas?), estamos, secretarios del océano, relatando el color
(¿de qué color hablamos?
¿Se trata del color posado en una rosa
que cerraba un vestido de muchacha
en un verano de Valparaíso?)
 
Volvamos a decirlo:
por un lado el color
afuera de la forma,
como el rayo de luz
afuera de su faro.
 
Por un lado las olas en sordina,
no muchas -en verdad-
para llenar el piano
de alegres notas blancas.
Pero sí suficientes
para dar en negrura
el nombre de esa calle
que hace tanto perdimos,
el color de un vestido, el de una rosa,
el recuerdo inspirado de esa joven que va corriendo ahora,
en mis recuerdos,
por un bosque de prisa,
para llegar a tiempo hasta la aurora, a punto de embarcarse,
para decirme: ¡adiós,
adiós por siempre,
adiós, porque es muy tarde!
 
No. no es muy tarde aún, es apenas la infancia
y creo que podríamos
(si no me detuviera al afirmarlo
la visible presencia de la muerte
que en este dormitorio se ha incrustado)
decir que aún es temprano,
que es posible el amor,
la rosa en el vestido,
las olas en el mar,
y que hay sol en las bardas.
 
Aquí están las bañistas
(¿por fin, por fin, me escuchas?,
¿no estás en ese grupo nuevamente?
di, ¿me escuchas?,
¿es cierto que has partido
dejando a tus espaldas un reguero
de hojas de calendario como puertas
por siempre infranqueables?)
 
Aquí están las bañistas,
vestidas de petróleo,
y sus cuerpos desnudos
(¿cómo olvidarte, dime?)
arden súbitamente
como el fósforo blanco.
 
Y más allá observamos a viajeros
que suben a marmóreos trasatlánticos,
nunca para viajar
(¡no me abandones nunca me
abandones
mujer, deja que zarpe
el cementerio entero con sus cruces
y sus mármoles rotos, y sus flores tan inermes, las pobres, como lágrimas!),
nunca para partir,
nunca para cruzar mares abiertos,
nunca para llegar,
sino para abarcar mejor el cielo
un cielo de zodíaco,
para observar la luna
que es el epígrafe de la poesía.
 
Y de tan derruido observatorio podemos contemplar en la distancia -calcinada en la bruma-
una ciudad de casas increíbles, hace ya tanto vivas y ahora desplomadas.
Se ven a la distancia, desde nuestro marmóreo trasatlántico,
las casas increíbles,
las casas que perdimos (¿recuerdas?)
 
(¡No me recuerdo ya! ¿Por qué te obstinas
en golpear esa puerta que no existe?
¿Por qué te obstinas en reclutar las casas de la infancia?)
 
Las casas increíbles
gritando: ¡incendio, incendio!
(Dime,¿te acuerdas?
Contéstame por fin. Creo que nunca volveré a interrogarte, pero, dime. Dime, querida muerta,
¿qué gritaron las casas?)
 
(Nada gritaron.
Por lo menos
no gritaron las casas de esa forma, sino sus gritos eran:
¡amor, amor, amor, y buenas noches!)
Esas casas no existen (¿te recuerdas?)
 
(¡No me recuerdo de ellas!
¡Todo quiero olvidar!)
 
Mínimas, arrugadas, detenidas, como ancianas tejiendo la paciencia se están las casas por días y semanas,
por meses y por siglos,
salidas hacia fuera, derrengadas, esperando hasta tarde
el regreso del hijo
que desde tantos años
viaja en ese marmóreo trasatlántico. Así logré yo verlas en mis sueños
y también en los tuyos
(¿no es posible?)
 
El mar está presente,
no es ahora
la ciudad de las casas derruídas,
es la pradera
donde ejercen su rito las ovejas,
y al fondo.al fondo, la inmortal pastora.
 
El mar está presente.
(¿No lo has visto?
¿No lo has creído al verlo?
¿No te dijo su nombre
cuando tú le mostraste
la sal que era su ser?)
Disociado. Aquí mismo. De soslayo. De costado y aullando.
Derrotado,
el mismo triunfador que vimos griego.
Conteniendo
la llamada de auxilio de sus náufragos
y esparciendo sus gritos
como un eco de amor sobre la arena.
 
Nada más sabio entonces,
más equitativo,
(¿y por qué lloras?),
que el mar que distribuye
un puñado de amor por una parte,
y por otra, el naufragio.
Y es en este presente, en este océano,
en este mar de páginas en blanco (¿las hojeas?),
que se hace necesario
que el hombre anote cuidadosamente
en el debe y haber de su existencia (con un pie en el estribo,
y en el tiempo que el sol se hunde en su muerte),
que el hombre -exclamo- anote
la suma del amor y del naufragio.
 
 
π RÍOS√2024
 
 
(Fuente: Marcelo Sepúlveda Ríos)

 

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