domingo, 30 de octubre de 2022

Al Purdy (Canadá, 1918-2000)

 

Elegía para un abuelo

 


 
 
 
 
 
Bien, se murió supongo. Dijeron que así fue.
Sus anchas caderas de ballena constituirán un túmulo prehistórico
que los hombres del futuro podrán encontrar o acaso no:
donde los parientes de este hombre agacharon sus cabezas
en aflicción real o simulada
por el sentidamente querido que se fue gracias al Cielo con Dios,
después de un mal siglo: un duro Faraón panzudo,
con una baraja en el bolsillo y una burlona risa presbiteriana—

Acaso se murió de verdad, pero el muchacho no lo comprendió,
el hombre lo sabe ahora y nunca envejece el escándalo
de un feliz leñador que vivía a base de whiskey putrefacto,
y muere de pecado y avena Quaker a la edad de 90 o así.
Mas todo cuanto fue era demasiado para que lo fuera ningún hombre,
una vida tan colmada que no pudo incluir una sola cosa más,
ni contar la misma historia dos veces si lo hubiese querido,
y no lo hizo y no lo hizo—

Sea como fuere está muerto. Una pegajosa voz religiosa
plegó este siglo hacia los lados para perderlo de vista,
y le hizo descender tierra adentro como a alguien aún con vida
que hacía sentirse incómodos a los demás:
edificador de graneros y granjero de zonas silvestres,
convertido en hombre viejo en un minúsculo apartamento
encima de una tienda de telas—
Y la tierra se lo lleva como se lleva cosas más hermosas:
las poblaciones de países enteros,
museos y obras de arte,
y mujeres con un resplandor tal,
que hace desvanecerse su trasfondo
ellas se desvanecen también,
y el cantor de Lesbia en sus islas soleadas
se detuvo cuando el sol hubo descendido—

No, mi abuelo carecía decididamente de belleza,
250 libras de cicatrizada escoria.
Y yo de algún modo me he convertido en su memoria,
adoptando carne y hueso nuevamente
del modo en que él me imaginaba,
flotando entre las imágenes de su mente
donde está su cuerpo muerto,
depositado en lo profundo de la tierra—
y una imagen así transmitida acaso
es más duradera que cualquier obra de arte,
sobrevive en medio de sus alternativas.
 
 
 

Al Purdy, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea   (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
 
 
(Fuente: Asamblea de palabras)

 

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