He dejado caer al pianista desde el séptimo piso
Me doy por enterada.
La vida es una estufa a punto de incendiarse
de frío o de paciencia.
Dicen, aquellos que saben muy bien de lo que hablan,
que un árbol guarda en sus secuencias
las emociones del clima, o el exceso de lluvia.
Me doy por enterada,
que llevamos anillos que marcan el corazón,
la piel entera, la razón, o el beso,
como si fuese un burda reliquia o una piedra.
Podría ser así de poética la vida
y que todo se resumiera en la palabra amor,
océano, o bailar con las olas, el maldito azul,
girasoles, caracolas o peces,
como si no encajara en el poema
ninguna otra palabra.
Y abrir la tierra en dos hasta encontrar la condena
para llevarla suavemente a la boca.
Como las brujas suplican al demonio
que mude las cosas de lugar,
ofrecernos un nuevo lenguaje
y hacer con la razón una pequeña tregua o un silencio.
He dejado caer al pianista desde el séptimo piso.
Ahora es una mezcla extraña en la acera,
lleva las teclas en las manos
y aún parece que sonara la música.
No se puede explicar con palabras más fáciles.
Definitivamente vivo en un constante despotismo.
Soy un soldado sin bandera que da tiros al aire
con heridas de guerra que ni siquiera existen.
Jamás subí más allá de una ola cualquiera.
Solamente un peldaño hacia Dios, o a una mentira.
Nietzsche lo dijo: Dios ha muerto.
Ana Deacracia. En: . En: Voces del Extremo: poesía y alegría. Ed. La Vorágine, 2022.
(Fuente: Voces del extremo)
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