jueves, 22 de septiembre de 2022

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910 - 1996)

 

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¿Pero acaso no te hundes en el mutismo viscoso de una ciénaga que gira lentamente sin fin
un estallido de luciérnagas fúnebres un burbujeo de sangre que fermenta
y ese silbido de serpentario del sol sobre tu alma…?
 
Y esa carcajada del gallo en la aldea arrasada un estertor un espasmo de relámpagos del alba
esa sonrisa del gallo en la paja del techo en llamas semejante sonrisa de cráneo a la intemperie.
 
Ese país sale desnudo de entre los pantanos echa sal en la herida balancea
esas tiernas muñecas de la jungla que hacen vibrar entre las cañas
la lenta desgarradura de su risa como una larga hoja brillante y fría hasta los huesos.
 
Deja atrás la pelambre suicida de esa tierra de helechos mortales
llena de cosas tan antiguas que flotan en sueños y se desvanecen para aullar
con el humo y la sentencia que te sigue como una flor caníbal entre los tizones de la noche.
La bala verde de las hojas la bala negra de la tierra la bala líquida del agua la bala de los astros
y del viento y la bala de la fiebre y de los perros que ladran alrededor de tu cadáver
la bala del pantano y el niño asesinado la bala del loro y la tortuga y del polen de cada planta
y la bala del té y de la negra olla de barro y de las ropas y la bala del pájaro
y de la escolopendra hasta la bala insomne de la luna hasta las mismas balas
de ese pueblo de sombras invencibles todas buscándote con tu latido
y ese incesante sol de dolor y de eterno retorno.
 
Escucha los fantasmas de esa luz excesiva que hace traslúcidos tus huesos
cada oleada de sangre exiliada de un mundo de alimentos envasados
jarros de cerveza el movimiento de tu raza y ahora tan sólo ese murmullo de hojas
esas manos impunes que destapan las cloacas de la muerte.
 
Y dónde esos cuerpos de aceite dulcísimo que huyen como un perfume ese linaje
de sonrisas altivas se cierra con una dentellada de caimán en la alienación del fuego.
¿Y qué haces allí con tu industria de momias frenéticas con tu pisada
de verdugo ignorante bajo la maldición de esos dioses bajo
la misteriosa mirada de tus víctimas vociferando en la camisa de fuerza del follaje…?
 
Vete.
 
 
(Fuente: Hugo Toscadaray)

 

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