sábado, 1 de enero de 2022

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 

Y como el nexo
entre las causas
y el hecho
que era llamado
también providencia,
comprendía lo indisoluble
y la validación consensual
de normas predominantes,
y lo que ello,
necesariamente,
tenía a vista
terrestre y aérea,
extendía
sus brazos y boca de residencia.
El destino, el azar espacial,
sus consecuencias inasibles
pero férreas,
la obligada torsión ósea
que la gravedad inviste,
la inmutabilidad
y las predicciones
que flotaban sobre el caballo,
el manto y casco,
la espada y lanza,
las cosas ligadas
que entonces
se llamaban
simpatía de la naturaleza,
darían nuevo curso
con vino viejo;
eso, sí,
que un suceso precedente
preindicase otro futuro,
y fuese su señal y manifestación,
parecía algo ramplón,
cotidiano, sin rebusques,
no había nada extraordinario,
milagroso,
digno de pluma,
tinta o comentario.
Porque
donde hay un orden
numeral y pedestre,
espiritual y vivaz,
hay predicción,
todo está antes
del percance que le sucede.
Esto venía
del aire,
del narcotismo favorable,
de la nube diligente,
de la rígida causalidad
que no da tregua
ni agua para la sed.
Y Saulo de Tarso,
en el barro
que dejara esa extraña tormenta
sin rayos ni truenos,
y lluvia copiosa
sólo en las pequeñas áreas
en que él se desplazaba,
sin palabras apropiadas,
anoticiado de golpe y bofetón,
la cabeza sin lengua,
sin preguntas ni afectos,
concesiones ni nombres,
mordía las crestas del camino,
ni reverente ni eferente,
sin conservar ni rehusar
ese fundamento
que se le metía
en la garganta
como una serpiente
que el intestino procuraba,
un trago mal habido,
la cruenta aparición
de otra verdad,
conforme, abrasiva
o destructiva.
 
Victoria de la cultura
civil sobre el imperio
absoluto que tanto fue.
 
 

- Inédito -

 

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