viernes, 28 de enero de 2022

Héctor Giuliano (Piamonte, Italia, 1947)

 

 

Mi vieja
estaba loca
por Pola Negri.
Veía tres o cuatro veces
la misma película,
comentaba tanta alegría
en estrechos círculos amistosos,
se derretía por la rica vestimenta,
los brillos y encajes
que el lujo adquirido de momento
ponía en artistas y lechuguinos;
bordaba con hilos sublimes
el rostro y el sublime lunar
de la diva:
cojines, almohadones,
sábanas, carpetas,
flecos y oriflamas.
Las paquidérmicas
damas del pueblo
no le hurtaban el gusto.
Otro era su lenguaje olvidado
y las excursiones a Turín.
Cuando los fascistas,
el cine fue un agujero
hediondo. 
 
Antes de apagar las luces,
antes de las borrosas proyecciones,
el crujido del sillerío impaciente,
la corneta y el fagot desafinados,
y el normal acomodo de circunstantes,
un hato de camisas negras,
con Ettore a la cabeza
lanzaban los insultos y mueras
de rigor,
escrutaban rostro a rostro
las demasías y temores,
exhibían el aceite de ricino
y el revólver,
procaces, putañeros,
verosímiles.
Luego pasaban
la eterna propaganda fascista,
un desenfocado y vulgar Mussolini,
el brazo como un espasmo,
los felices continentes programados,
que sobrepasaba
la duración de la cinta en ciernes.
Pero ya Pola Negri
estaba prohibida.
Un pobrecito melodrama
italiano trataba de arrancar
hipos , sollozos
y retuerzos de panza
al húmedo público
que no respiraba de atento nomás.
Y antes de que la pantalla dijera "Fin",
irrumpían los fascistas,
de vándalos que eran,
muy borrachos ya,
y bravuconados por el alcohol
reiteraban las amenazas
y por ahí agarraban
al tonto Gepin y le calzaban
cuatro piñas, una patada en los huevos
y le volaban un diente o dos,
de los que permanecían flojitos y oportunos.
Esto como fin de fiesta:
un cierre semanal adecuado
y solícito.
 
Mi vieja
no concurría
entonces al biógrafo.
Como con nadie hacía migas suculentas,
corrió la noticia de que era comunista,
y esto, y la precaución, la encerraban
en sus rompevientos tejidos,
saquitos y ropa de montaña,
sus polentas, tocinos y avellanas,
y el grave anuncio de guerra inminente
y cabras que no parían
y esos anuncios rojos en la noche,
pero ella, todavía candorosa,
pensaba que las actrices
sufrían más que un soldado.
Sino, ¿cómo soportaban
el frío
las novias de Faraón,
aderezadas egipcianas
en paños menores,
en esa foto farandulera
durante el invierno de Utah,
a la espera de salir a escena?
 
Mi viejo
fue arrastrado
al campo de batalla
y al de trabajos forzados
y apareció a fines del 45,
irreconocible y medio hospicio,
de yapa lo acusaron de masón
o rosacruz. Bien no se sabe. 
 
 

- Inédito-

 

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