martes, 23 de abril de 2024

Mirta Rosenberg (Rosario, Santa Fe, Argentina, 1951 - 2019)

 



(*)
UNA ELEGÍA

En la época de mi madre
las mujeres eran probables.
Mi madre se sentaba junto a mi abuela
y las dos eran completamente de carne y hueso.

Yo soy apenas una secuela estable
de aquel exceso de realidad.

Y en la ansiedad del pasado indefinido,
en el aspecto durativo de elegir,
escribo ahora: una elegía.

En la época de mi madre
las mujeres eran perdurables,
completamente hueso y carne.
Mi madre se ponía el collar
de plata y de turquesas
que mi padre le había traído de Suecia
y se sentaba a la mesa como una especie exótica,
para que todo se volviera más grande que la vida,
y cualquier ficción fuera posible.

En la época de mi madre, las mujeres
eran un quid: mi madre nos contó
a mi hermano y a mí: "cuando salía de la escuela,
iba a buscar a mi padre al trabajo,
en Santa Fe, y los compañeros le decían es un biscuit,
tu hija es un biscuit, y nunca supe qué querían decir,
qué era un biscuit", un bizcocho estando muy enferma,
una porcelana exquisita todavía para nosotros,
y mi hermano apurándola: "¿Y?"

No sé qué es un biscuit, ¿una especie exótica
algo de todos modos, especial? Igual
andaba delicadamente por la casa, rozando los ochenta
como se roza una herida
con una gasa.

En la época de mi madre
las mujeres eran muy visibles.
Mi madre se miraba en los espejos
y yo no llegaba a abarcar
su imagen con mis ojos. Me excedía,
la intuía a lo lejos como algo que se añora.

Como ahora,
una elegía.

A la criatura adorable
fijada en lo remoto de la foto,
que ya a los ocho años parecía
más grande que la vida: te extraño,
aunque no te conocía. Eso fue antes
que a mí me dieras vida
en un tamaño apenas natural.

Igual,
una elegía.

Y a la otra de la foto que espero
conservar, la mujer bella que sostiene
el libro ante la hija de un año
en el engaño de la lectura:
te quiero por lo que dura, y es suficiente
leer en el presente, aunque se haya apagado
tu estrella.

Por ella,
una elegía.

Ahora soy la fotografía
y vos el líquido revelador.
Tu muerte
me convierte en yo: como una ciencia aplicada
soy la causa y el efecto,
el ensayo y el error, este vacío
de la nada que golpea mi corazón
como cáscara vacía.

Una elegía,
cada vez con más razón.

AN ELEGY

In my mother’s day
women were provable.
My mother sat next to my grandmother
and both were completely of flesh and bone.

I am barely a stable outcome
of that surplus of reality.

And in the anxiety of the indefinite past,
in the durative aspect of electing,
I write now: an elegy.

In my mother’s day
women were abiding,
completely bone and flesh.
My mother put on the necklace
of silver and turquoise stones
my father had brought her from Sweden
and sat at the table like some exotic spices,
so that everything would become larger than life
and any fiction possible.

In my mother’s day, women
were a crux: my mother told
my brother and me: ‘when I came out of school,
I went to where my father worked,
in Santa Fe, and his workmates told him she’s a biscuit,
your daughter’s a biscuit, and I never knew what they meant,
saying I was a biscuit’, a sponge cake when she was very sick,
exquisite porcelain for us still,
and my brother pressing her for more: ‘And?’

I don’t know what a biscuit is. Some exotic spice,
something, in any case, special? Perhaps
she roamed delicately round the house, brushing her eighties
as one brushes a wound
with a bit of gauze.

In my mother’s day
women were very visible.
My mother looked at herself in mirrors
and I never managed to take in 
her image with my eyes. She was beyond me
and I intuited her from afar like something yearned for.

Like now, 
an elegy.

To the adorable little girl
fixed in the remoteness of the photo,
who at eight already seemed
larger than life: I miss you,
although I did not know you. That was before
you gave me life
in a barely natural size.

All the same,
an elegy.

And to the other one of the photo that I hope
to conserve, the beautiful woman who holds 
the book before her daughter aged one year
in the sham of reading:
I love you for what lasts, and it is sufficient
to read in the present, although your star’s
gone out.

For her, 
an elegy.

Now I am the photograph
and you the developing fluid. Your death
turns me into myself: like an applied science,
I am cause and effect,
trial and error, this void
of nothingness that beats against the heart
like an empty husk.

An elegy,
more and more right each time.

(Traducción de Julie Wark)



Mirta Rosenberg 
(Rosario, Santa Fe, Argentina, 1951 - 2019)

 

 

 

 

 

 

(Fuente: Emma Gunst)

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