jueves, 28 de enero de 2021

Juan José Rodinás (Ecuador)

 

 

“Las lecciones que deja el choque entre casas de clase media y un bosque de eucaliptos”


Así que regresé a mi hogar
Para vivir ocioso.
T’AO CH’IEN
 
 
La vida es extraña. La gente amable,
cuando muestra la cara, en realidad son vacíos andantes con máscara de gato.
Los crueles son naturalmente crueles y sueñan
en pisotear las manos de cualquiera que les estorbe un poco. Pisan hasta que algo cruje.
Pienso, por ejemplo, en los niños que matan lagartijas
y en los adultos que hieren sicológicamente a sus parejas débiles.
Todos fueron golpeados alguna vez en la mejilla
o en algún nervio donde el espíritu y los recuerdos chocan, confluyen o se mezclan.
Allí, en la luz, en el semáforo, un hombre con hipertensión
se ha puesto a llorar porque su madre ha muerto:
son cosas que pasan, la realidad pasa, todo pasa.
Eso dicen el taoísmo y los libros de autoayuda.
Sin embargo es ligeramente falso el juego espiritual en un mundo violento.
Y, por acá, están jugando a la eternidad los músicos,
los escritores de novelas históricas y los tenistas.
Y puede que sean eternos, pero la mayoría no seremos eternos.
Vivimos un presente que, sin embargo, no vive por nosotros.
A mí, por ejemplo, interesa más la comedia de las redes sociales
que el bosque de eucaliptos que irradia su majestad en la colina.
Postres, platos de pescado me interesan más que el sexo,
que largos diálogos en bares con gente presuntuosa.
Ha dejado de llover. El camión de la basura hoy hace menos ruido.
Ha dejado de sentir quien siente que sentía.
Hoy cometo errores de una manera imaginaria. Y daño a tantos seres.
Mi perra dorada observa el interior de la casa y no ve nada.
Mi perro gris duerme sobre mi cama y flota como un santón hindú.
Mi hija toma su biberón y salta enloquecidamente, sin un sentido que pueda descifrar.
En mis heridas, en mis revolcamientos, busco el cero, el vacío.
Yo, en el Tao, busco el río que nace del silencio. Y me ahogo entre el agua y las piedras.
Yo, en el Tao, busco el río que vuelve a las montañas y las montañas me trituran.
Yo, en el Tao, busco el no, que es río también y piedra y desierto. Y muero de sed en la primera escena.
Las ventanas de mi habitación vibran como
si el cielo temblara hacia dentro de mí,
lloviendo, secando, moviendo todo, sacudiendo las partes de un rompecabezas muy abstracto.
Yo retrocedo para no alcanzarme.
Las bicicletas que dejé en el patio, junto a la carretilla, se oxidan lentamente.
He limpiado mi mesa, he secado las ropas que no tuve:
(ahora soy el pasillo más distante de un hospital antiguo)
y un siluro ha recorrido mi espíritu, ha roto las palabras que hay en mis palabras.
El río está muerto, pero vivo- me corregí, como si el río hablara
en un quichua tristísimo, recién llovido sobre el mundo.
El río es una pregunta por los cielos, si eres pequeño y frágil. (Y frágil eres entre frágiles).
Me senté en mi patio a llorar por la madre de los muertos
y mi corazón tembló como una fruta negra
(manzana de la noche o vientre de un conejo)
del árbol más espléndido de un jardín que había visto en un paseo cuyo tiempo y escena no puedo recordar completamente.
Mi pensamiento es sangre- me corregí de nuevo. Y respiré con atención.
Y rasgué mi lengua y volví porque siempre estuve en cualquier parte:
tropezando/de modo natural/ entre la confusión y la pena.
Aquí, la pérdidas permiten que una ballena duerma
el sueño de una oruga, que el mundo se derrumbe
sin que yo pueda oírlo.
 
 
 
 
(Fuente: El hombre aproximativo)
 
 

 

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