domingo, 22 de julio de 2018

Paul Tellería Antelo (Bolivia, 1970)



Poemas paceños: Otros haceres / Desandares



Responso de arcilla

 

 

Es geografía muda que serpentea el eco de tus tripas,
postal seca reteniendo la palabra,
última vigilia al viento en mansión de tinta.
Es la lluvia, mosaico de montaña y calamina,
resolana de pieles y ladrillo, velo que en blanco arrulla.
Es la ciudad que hoy te retiene en manto urbano.
Es el mirarte entonces con ojos de antaño,
en recuento de versos, en lecho de muertos.
Con las córneas de niños secos,
con el silencio de hombre de coplas.
Es el responso de bosque que canta a tu osamenta
en llantos y monedas bebiendo de tus líneas,
en el que reflejan certeras tus palabras.
Es el viento claro que me indica donde te escondes.
La ciudad de arcilla por la que nuevamente has hablado.



Ánimas

 

I
En el turbio golpeteo del plomo hecho palabra,
en gritos como clavos perforando silencios:
Levanto la mirada y el destello de calaminas muertas
refleja su tornasol estaño en la memoria.
El ascenso a Las Ánimas se hace inevitable,
como el retorno al viento cómplice de la montaña.
La armonía de sus figuras ha sido alterada,
peregrinas de piel de kisa y alabanzas huecas suben,
tiempo ocre en cruz diamante escucha:
la letanía de culpas que hoy corrompe su silencio.
Abajo silente, en un manto de nubes bebe llantos,
la montaña guarda blancas memorias,
y en la grandeza de su aroma te muestra
que el camino verdadero no ha sido aún andado.


II
El temblor de su lengua en verso negro
acompaña el mutismo de este viaje.
En cápsula verde, la memoria camina gritando a la montaña.
¡Cómo besan las nubes sus pechos de arcilla!
¡Cómo muerde el viento su figura doliente de ánima maldita!
Acompañando la sombra de mis dedos huecos.
En la cebada se esconde el llanto amargo,
aquél que no conoce el destierro de estos caminos
en que permanece la certeza baña pulmones,
la inmensidad olvidada de osamentas.
Me reciben sonrientes lápidas de estuco en la colina
y una niña, de pasto en las entrañas,
recolectando caña hueca en la laguna.


III
Las beatas del templo desconocen la pus en mis vísceras,
el ácido fluido de su piel rosácea que vuelve con el viento de paja,
el encargo y el precio de comer de su mirada amarillenta.
Buscar refugio en los pilares de greda es un mandato,
arropar mis palabras en el anillo de montaña un presagio,
envolver mi silencio en su brisa el inicio de esta huida.
Pronto el atardecer de sombra habrá hablado
y sus grietas que desangran lluvia,
silbarán el canto oscuro de ciudad.
Ése que recibe viento del otro lado de la montaña,
que esconde su verdad tantas veces negada.
Un viejo quiltro permanece velando estas rimas llorosas,
olfateando la sal en mis entrañas huecas.
Los santos del templo no conocen la sombra que nada en mis tripas;
yo los miro, en el vacío que produce este lienzo desteñido,
los miro, en la resolana quemando el pulso
y dos mujeres de piel seca elevan su plegaria al Mururata.


IV
El atardecer se devela en su cantar de sombras,
he visto tantas veces el hueco negro en sus pupilas,
he caído tantas veces en su serenidad adormecida.
No es momento para cantos, para elegías a su vientre,
no es hora de responsos y rosarios besa culpas.
Ahora los versos de espera han callado,
sólo el blanco en su cuello de cordillera me sostiene
y es necesario vibrar el cuerpo en el peso de su angustia.
En el descanso contendré el ansia que se agolpa en las sienes,
el golpetear tímido de sus pasos de abracas.
Con la tarde volverá la espera silente,
y en la memoria de piedra, brotando en greda:
volveré a tus pupilas, desangrado.


V
En el frío púlpito de roca, celebraré entonces:
la luna iluminada en manto azul,
el brillo plata de antenas pincha sueños.
Inevitable será no dibujar tu imagen:
en las piedras altas, en la pétrea geografía de tu cuerpo de roca.
En esta lejanía escucharé tus temblores en la espalda,
los arañazos secos de piedra en la memoria.
Contendré tu respiración en la garganta,
inevitable será entonces no vaciar tus contornos en la brisa.
El silencio nuevamente contendrá tu nombre,
peregrina en los pulmones de hollín que me despiertan,
y en el aire de montaña, tu cuerpo será nuevamente barro,
canto de espuma entre mis yemas.

VI
Habrá que dejar entonces que la brisa te contenga,
temblando en el tornasol silencio de montañas.
Habrá que beber estas figuras (monjes), contiene gritos
para que muera mi intermitencia en la certeza que te llama.
No quiero verte adormecida, ni darte el último canto,
la primera angustia de domingo negro.
No quiero el velo hueco escondiendo tu risa en la memoria.
Sólo la certeza del viento calando tus mejillas,
será el verbo que recuerde la ironía de estos pasos.
Será el Illimani quien contenga tu bruma
y sus picos escupirán el silencio de mil cantos.
No quiero y sin embargo, en el recuento de la noche,
Tu memoria será canto en la montaña.




Calaquita II

 

Cuidado con las miradas a trasluz,
con los brazos colgantes y babas de muerto.
Cuidado con las piernas de arlequín en mis vértebras,
con la seda tragando mis huesos.
Cuidado con el retorno, escarba memorias
aunque evocada estás muerta.
Con esa risa tan firme que ya no me toca.
Con ese eco penetrante que ya no bebo.
Inevitable, más allá de la advertencia, te invoco inerte,
con esa lengua de caracol, traga gargantas,
con tu bamboleo de matraca en mi pubis,
con tu complejo de pitón en la alfombra.
Recurrente bruma, te veo inevitable en la nicotina,
con las manos temblorosas en mi espalda.
Te veo, con el vino bañando tus costillas,
con tu abrazo de calaca en la piel de madrugada.
Cuidado, pese a todo, con tocar mi puerta,
con ahorcarme con tu tanga negra.
Cuidado que eres bruma,
en la lejanía que es alivio y conjuro.
Estás seca en la carne, no en el verbo
y así es mejor.

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