JUAN MANUEL INCHAUSPE
Trataste de poner lo negro en su sitio,
de ordenar lo desordenado.
Trataste de ver qué cosas te eran más íntimas
y cuáles más lejanas,
qué desesperados corrimientos había,
de dónde venía ese desvarío,
ese grito desfilando enloquecidamente en la
noche helada:
tenebrosos sueños que no te abandonaban.
Así, de pronto,
viviste el horror
de ver que aquel que estaba en el espejo
era otro.
Pero,
¿cómo pudiste, heroicamente,
cada cosa tratar de poner en su sitio?
Es cierto que se pueden alzar del mundo
los pedazos de un día roto
sin blasfemar.
Es cierto que se pueden quitar las
innumerables trampas
de los rincones más oscuros,
batir el desplazamiento de las desavenencias
y cada guarida de cada absurdo
que se fueron devorando una a una nuestras
ilusiones
para dejarnos tan vacíos de cara al silencio.
También es cierto que se puede salir con vida
del terror,
y se puede, después, volver.
Y que también, se pueden ir uniendo los
pedazos de aquel día
rehaciéndolo de a poco
y llegar a sentir que su forma y su esencia
es sensible a lo cóncavo de tus manos, dolor.
Sí, todo eso es cierto,
pero cuando lo negro rabiosamente aúlla en lo
profundo a veces
y va y viene en uno a oleadas fulminantes
y uno decide no irse,
¿quién entonces desenreda el tremendo caos
con manos impertérritas
sin encontrarse a la vez muy solo y enredado,
como ahora, que estás para siempre tan lejos
de casa,
muy despacio, caminando sobre escombros?
donde peregrinan inquilinos miércoles ante el santuario
donde ligamen de vírgenes desollan lo real.
Arrebolado sudario en el fango de tus ojos
navega en mar de olvido y tiembla y sucede.
Ya lágrima sin término, en raptos diseminada
si el manantial de tu vida la rueda gira
y voltea seducida locura de amor temblando.
Restos de niebla pasan sobre altivos refugios
arrodillados muriendo más allá de tus enfados.
A mis mundeos agonía si tus delirios vacilan
y vacilando, a torbellino sin centro, caen atroz
en la grave elipsis de lo que era irreal.
Suena la onda tenue en el agua impura,
hora de mies, precedente del duramen, adviento
en la paz de tus alturas. Cae el viento y sella
la cantinela servil y se quiebra el acantilado
donde mora mi sueño y tu sueño. Abolido blanco
imprimiendo un recuerdo sustraído al vacío.
Fui y fuiste signo de sangre opuesta, invertida,
en ascenso rezumbando imagen pura.
Gris, gris albura donde el tiempo intima.
Cruce magnífico, espacio quebrado y celiyermo.
Sagrado término de lo que no pudimos ver
a un palmo de nuestras manos.
Fin de violetas cabellos rodeando el cuerpo,
constelado cuerpo de irreparable ausencia gualda,
arreciando glauco sobre el golfo de tus sombras.
ATARDECER EN PLENA DURA PAMPA
Atardecer en plena dura Pampa
y a lo lejos cementerio solo.
Enfrentado al mar, mis ojos.
Cordeles secos, ultramarinos.
Fulgor de barco en horizonte.
Y mi poema que desvanecía.
Revuelo de pájaros, último.
Grito de viento, azulverdoso.
Una pena rueda el tiempo.
Derivo de cal, todo es mármol.
La tarde cae, suspenso.
Solo quedo, sin los versos.
Pensamiento a dos tiempos.
Todo llueve, mi cabeza.
Salta una liebre. El campo
rueda, se derrumba
contra el planeta. Ancla
clavada en la arena.
En la playa van los muertos.
Atardecer frente al mar. Solo.
Todo es curva para el que
dialoga con los muertos.
Punto real o ficticio. Piedra.
Se abre el mal. Un roce
en la sangre. La marea.
El límite está en los ojos,
descentrando toda imagen.
Llanto. Márgenes del ser.
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